/ miércoles 15 de junio de 2022

¡Así como lo están leyendo!

El otro día me decía un amigo, que era previsible que el fragor iría in crescendo conforme se consumiera el pabilo incendiado prematuramente, en busca de la continuidad del proyecto. Supongo que aún falta mucho, pero las jaurías dan muestras claras de excitación.

Empiezan a calificarse los anhelos, nada, sorprendentes, al viejo estilo del sistema fundado por Plutarco Elías Calles, de quienes suspiran por el asiento que no ocupa más de cuatro metros cuadrados, pero comanda las decisiones de vida en más de dos millones de metros cuadrados y sobre 130 millones de habitantes que representan una carga económica y financiera nada despreciable.

El poder lo es todo para el poder. Y como en la política y en el amor se vale todo, según reza el dicho, todo se vale también aquí (mentiras, engaños, contubernios, traiciones, deslealtades, presiones). En fin, el poder es el fin, sin mediar consideraciones ni cálculos de qué tamaño sea el daño o qué cuentas haya que pagar a futuro.

El fin último es el poder y para poder hay que conservar el poder por el medio que sea. Muchos empeñan su alma, el alma misma para poder, sin darse cuenta que ceden el poder que pretenden el lugar de lograrlo.

Muchos son los prolegómenos y muchas las evidencias, dentro y fuera de nuestra geografía, acompañadas de señalamientos directos y abiertos sobre el deficiente tratamiento de la triste realidad nacional, particularmente de la violencia criminal y la suplantación del Estado por grupos delictivos en zonas determinadas y, ahora, condicionando procesos electorales.

Si la lógica criminal de antes era la de cooptación (plata o plomo) de las autoridades, lo que ya representaba una seria amenaza a la estabilidad y la paz, la nueva dinámica que parece advertirse en el juego político para determinar la conquista de cargos de elección popular con la intervención de la delincuencia, coloca el grave riesgo nuestra incipiente democracia.

La pugna se incentiva y severa de todo en los dos años que faltan. No seré el primero que lo señala, pero todo haría parecer que la conquista alcanzada por Morena lo sitúa en la misma posición en que a lo largo de numerables décadas estuvo el PRI.

Pero no nos podemos equivocar, Morena no es el PRI. La alternancia política que ocurrió ahora, con los resultados electorales en Oaxaca e Hidalgo responde a varios factores que van desde la traición de los gobernadores priistas, hasta el desgaste de un modelo político que representa el PRI y que ya está agotado.

El proceso de reemplazo del PRI reciente por parte del PRI echeverrista continúa, y falta un par de elecciones estatales para determinar su máximo alcance.

El arreglo lo conoce usted, si ha vivido por algunos años: empresarios cuyas riquezas derivan de concesiones, líderes sindicales (y sociales) que intercambian apoyo político por prebendas, intelectuales que viven de las loas a la mítica historia nacional que las mayorías aprenden en cuarto de primaria, pero refrescan todos los días en la mañanera.

A mayor abstencionismo, más posibilidades de que el partido en el poder triunfe en las elecciones, esta fue otra de las lecturas de los pasados comicios y es una constante que se repita hasta la saciedad.

En contraparte, cuando se desborda el ánimo colectivo por un cambio, ocurre la alternancia en el poder. Las victorias presidenciales de Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador respondieron a esta lógica que seguramente se mantendrá para el 2024.

En la medida que el deseo de participar para lograr "un cambio radical" se incremente entre la población, aumentarán las posibilidades de que triunfe la oposición, en cambio, si el conformismo, la desidia o incluso la satisfacción sobre las condiciones por las que transita el país predominan, pues se mantendrá en el poder el grupo gobernante.

Además de que el abstencionismo fue alarmante en Oaxaca, con el 62%; Quintana Roo, 59%; Aguascalientes, 54%; Hidalgo, 52%; Durango, 49%, y Tamaulipas, con 46%, porcentajes que deberían tener preocupados a los políticos y no en una embriaguez total.

Los aires de triunfalismo y soberbia han rebasado a líder nacional de Morena, Mario Delgado, y a otros miembros connotados de la 4T, empero ese desbordado optimismo debería frenarse en virtud de que la "operación triunfo" se llevaron a cabo en Aguascalientes y Durango fue un total fracaso, más para Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López, quienes se involucraron "personalmente" para que los candidatos de Morena se alzaron con la victoria.

Por eso hemos dicho en otras colaboraciones que Morena ya alcanzó su techo y a partir de los próximos comicios en el Estado de México y Coahuila, vendrá el declive que pondrá en riesgo su permanencia en el poder a partir de la elección presidencial del 2024. Todos los institutos políticos deben tomar los resultados como un punto de inflexión para corregir los errores y reconocer que ninguno fue capaz de mover al grueso de la población.

Ni Morena, ni el PAN y menos Movimiento Ciudadano pudieron motivar al electorado de las seis entidades en donde hubo elecciones, no obstante de que al inicio de las campañas había cierta expectativa por salir a votar, empero, entre la guerra sucia y el escaso nivel de propuestas serias, amén de la amenaza del crimen organizado, se fue desinflando el interés por participar. Tanto panistas como priistas deben ponderar seriamente la necesidad imperiosa de cambiar a sus dirigentes nacionales, ya que Marko Cortés y Alejandro Moreno, por diferentes razones, no están a la altura de las circunstancias para enfrentar al partido en el poder en las elecciones del 2023 y 2024.

Existe el dicho de que lo importante es competir y no necesariamente ganar. Como consejo deportivo puede ser aceptable. Pero en política, lo importante es competir para ganar.

El PRI está llevando la peor parte por decisiones equivocadas y supuestos acuerdos incumplidos. El problema es grave. ¿Si se va "Alito", queda Vigianno y Moreira? o ¡Murat! Y el tiempo sigue corriendo para lograr acuerdos internos. Los estatutos tienen sus límites.

El otro día me decía un amigo, que era previsible que el fragor iría in crescendo conforme se consumiera el pabilo incendiado prematuramente, en busca de la continuidad del proyecto. Supongo que aún falta mucho, pero las jaurías dan muestras claras de excitación.

Empiezan a calificarse los anhelos, nada, sorprendentes, al viejo estilo del sistema fundado por Plutarco Elías Calles, de quienes suspiran por el asiento que no ocupa más de cuatro metros cuadrados, pero comanda las decisiones de vida en más de dos millones de metros cuadrados y sobre 130 millones de habitantes que representan una carga económica y financiera nada despreciable.

El poder lo es todo para el poder. Y como en la política y en el amor se vale todo, según reza el dicho, todo se vale también aquí (mentiras, engaños, contubernios, traiciones, deslealtades, presiones). En fin, el poder es el fin, sin mediar consideraciones ni cálculos de qué tamaño sea el daño o qué cuentas haya que pagar a futuro.

El fin último es el poder y para poder hay que conservar el poder por el medio que sea. Muchos empeñan su alma, el alma misma para poder, sin darse cuenta que ceden el poder que pretenden el lugar de lograrlo.

Muchos son los prolegómenos y muchas las evidencias, dentro y fuera de nuestra geografía, acompañadas de señalamientos directos y abiertos sobre el deficiente tratamiento de la triste realidad nacional, particularmente de la violencia criminal y la suplantación del Estado por grupos delictivos en zonas determinadas y, ahora, condicionando procesos electorales.

Si la lógica criminal de antes era la de cooptación (plata o plomo) de las autoridades, lo que ya representaba una seria amenaza a la estabilidad y la paz, la nueva dinámica que parece advertirse en el juego político para determinar la conquista de cargos de elección popular con la intervención de la delincuencia, coloca el grave riesgo nuestra incipiente democracia.

La pugna se incentiva y severa de todo en los dos años que faltan. No seré el primero que lo señala, pero todo haría parecer que la conquista alcanzada por Morena lo sitúa en la misma posición en que a lo largo de numerables décadas estuvo el PRI.

Pero no nos podemos equivocar, Morena no es el PRI. La alternancia política que ocurrió ahora, con los resultados electorales en Oaxaca e Hidalgo responde a varios factores que van desde la traición de los gobernadores priistas, hasta el desgaste de un modelo político que representa el PRI y que ya está agotado.

El proceso de reemplazo del PRI reciente por parte del PRI echeverrista continúa, y falta un par de elecciones estatales para determinar su máximo alcance.

El arreglo lo conoce usted, si ha vivido por algunos años: empresarios cuyas riquezas derivan de concesiones, líderes sindicales (y sociales) que intercambian apoyo político por prebendas, intelectuales que viven de las loas a la mítica historia nacional que las mayorías aprenden en cuarto de primaria, pero refrescan todos los días en la mañanera.

A mayor abstencionismo, más posibilidades de que el partido en el poder triunfe en las elecciones, esta fue otra de las lecturas de los pasados comicios y es una constante que se repita hasta la saciedad.

En contraparte, cuando se desborda el ánimo colectivo por un cambio, ocurre la alternancia en el poder. Las victorias presidenciales de Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador respondieron a esta lógica que seguramente se mantendrá para el 2024.

En la medida que el deseo de participar para lograr "un cambio radical" se incremente entre la población, aumentarán las posibilidades de que triunfe la oposición, en cambio, si el conformismo, la desidia o incluso la satisfacción sobre las condiciones por las que transita el país predominan, pues se mantendrá en el poder el grupo gobernante.

Además de que el abstencionismo fue alarmante en Oaxaca, con el 62%; Quintana Roo, 59%; Aguascalientes, 54%; Hidalgo, 52%; Durango, 49%, y Tamaulipas, con 46%, porcentajes que deberían tener preocupados a los políticos y no en una embriaguez total.

Los aires de triunfalismo y soberbia han rebasado a líder nacional de Morena, Mario Delgado, y a otros miembros connotados de la 4T, empero ese desbordado optimismo debería frenarse en virtud de que la "operación triunfo" se llevaron a cabo en Aguascalientes y Durango fue un total fracaso, más para Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López, quienes se involucraron "personalmente" para que los candidatos de Morena se alzaron con la victoria.

Por eso hemos dicho en otras colaboraciones que Morena ya alcanzó su techo y a partir de los próximos comicios en el Estado de México y Coahuila, vendrá el declive que pondrá en riesgo su permanencia en el poder a partir de la elección presidencial del 2024. Todos los institutos políticos deben tomar los resultados como un punto de inflexión para corregir los errores y reconocer que ninguno fue capaz de mover al grueso de la población.

Ni Morena, ni el PAN y menos Movimiento Ciudadano pudieron motivar al electorado de las seis entidades en donde hubo elecciones, no obstante de que al inicio de las campañas había cierta expectativa por salir a votar, empero, entre la guerra sucia y el escaso nivel de propuestas serias, amén de la amenaza del crimen organizado, se fue desinflando el interés por participar. Tanto panistas como priistas deben ponderar seriamente la necesidad imperiosa de cambiar a sus dirigentes nacionales, ya que Marko Cortés y Alejandro Moreno, por diferentes razones, no están a la altura de las circunstancias para enfrentar al partido en el poder en las elecciones del 2023 y 2024.

Existe el dicho de que lo importante es competir y no necesariamente ganar. Como consejo deportivo puede ser aceptable. Pero en política, lo importante es competir para ganar.

El PRI está llevando la peor parte por decisiones equivocadas y supuestos acuerdos incumplidos. El problema es grave. ¿Si se va "Alito", queda Vigianno y Moreira? o ¡Murat! Y el tiempo sigue corriendo para lograr acuerdos internos. Los estatutos tienen sus límites.