/ sábado 19 de marzo de 2022

Atravesar el desierto

En el ambiente de Palestina los desiertos no son lugares de arena, como los que vemos de este lado del mundo, sino montañas calcáreas de mínima vegetación. Son parajes despoblados. El desierto es un lugar abandonado, árido, inseguro y habitado por demonios. De tal manera que es un lugar inhóspito, terrible.

Es muy elocuente la manera en la que el profeta Oseas habla del desierto. Cuando Dios está hablando en un tono de enojo y molestia por las contrariedades del pueblo, en la parte de los castigos a la esposa infiel, afirma que no se compadecerá pues se siente deshonrado, es más, Él pondrá al descubierto la vergüenza de los amantes con quienes se ha prostituido la esposa infiel (imagen del pueblo y de cada uno), en lugar de proferir un castigo ejemplar y sin remedio, Dios ardiente en amor por su pueblo continua: “voy a seducirla, a llevarla al desierto para hablarle al corazón”. El profeta expresa que el desierto es el lugar de los amantes, de los enamorados, de la reconciliación, de la esperanza. Es el lugar en el que Dios seduce a su pueblo infiel, es bella la imagen del desierto: el lugar de los amantes enamorados que se ofrecen esperanza.

En la experiencia vital de Moisés, cuando el trabaja tranquilamente pastoreando las ovejas de su suegro, decide ir más allá del desierto, sin saber que allá se encontrará a Dios. Dios no es uno que se esconda en el misterio y que goce quedando escondido. Si bien es cierto que nuestra capacidad no puede comprenderlo, también es cierto que Él ayuda nuestra limitación e incapacidad viniendo a nuestro encuentro. ¡Más allá del desierto está Dios!, ardiendo en el misterio como una zarza que no se consume, invitando al encuentro, a descalzarnos por la santidad que lo esconde. Dios se comunica con nosotros en el desierto para compartirnos una misión, tal como lo hizo con Moisés.

Algunas veces la mentalidad materialista que consume el mundo, se cuela también en la espiritualidad y nos hace pensar que, si las cosas están “color de rosa”, Dios está a nuestro favor y si se ponen “color de hormiga”, Dios ya no está con nosotros. ¡Vaya sofisma! Dios es fiel, siempre cumple su promesa, nunca nos abandona a nuestra suerte, incluso la experiencia del pueblo es que ahí, al cruzar la aridez del desierto Dios mismo los alimentó. No obstante, muchos que en el desierto dudaron perecieron ahí mismo, cómo no, si la duda ya es una muerte agobiante.

En el ambiente de Palestina los desiertos no son lugares de arena, como los que vemos de este lado del mundo, sino montañas calcáreas de mínima vegetación. Son parajes despoblados. El desierto es un lugar abandonado, árido, inseguro y habitado por demonios. De tal manera que es un lugar inhóspito, terrible.

Es muy elocuente la manera en la que el profeta Oseas habla del desierto. Cuando Dios está hablando en un tono de enojo y molestia por las contrariedades del pueblo, en la parte de los castigos a la esposa infiel, afirma que no se compadecerá pues se siente deshonrado, es más, Él pondrá al descubierto la vergüenza de los amantes con quienes se ha prostituido la esposa infiel (imagen del pueblo y de cada uno), en lugar de proferir un castigo ejemplar y sin remedio, Dios ardiente en amor por su pueblo continua: “voy a seducirla, a llevarla al desierto para hablarle al corazón”. El profeta expresa que el desierto es el lugar de los amantes, de los enamorados, de la reconciliación, de la esperanza. Es el lugar en el que Dios seduce a su pueblo infiel, es bella la imagen del desierto: el lugar de los amantes enamorados que se ofrecen esperanza.

En la experiencia vital de Moisés, cuando el trabaja tranquilamente pastoreando las ovejas de su suegro, decide ir más allá del desierto, sin saber que allá se encontrará a Dios. Dios no es uno que se esconda en el misterio y que goce quedando escondido. Si bien es cierto que nuestra capacidad no puede comprenderlo, también es cierto que Él ayuda nuestra limitación e incapacidad viniendo a nuestro encuentro. ¡Más allá del desierto está Dios!, ardiendo en el misterio como una zarza que no se consume, invitando al encuentro, a descalzarnos por la santidad que lo esconde. Dios se comunica con nosotros en el desierto para compartirnos una misión, tal como lo hizo con Moisés.

Algunas veces la mentalidad materialista que consume el mundo, se cuela también en la espiritualidad y nos hace pensar que, si las cosas están “color de rosa”, Dios está a nuestro favor y si se ponen “color de hormiga”, Dios ya no está con nosotros. ¡Vaya sofisma! Dios es fiel, siempre cumple su promesa, nunca nos abandona a nuestra suerte, incluso la experiencia del pueblo es que ahí, al cruzar la aridez del desierto Dios mismo los alimentó. No obstante, muchos que en el desierto dudaron perecieron ahí mismo, cómo no, si la duda ya es una muerte agobiante.