/ miércoles 23 de septiembre de 2020

Comprando conciencias

No hay duda que nuestro país es sumamente rico, tanto que debiéramos ser una potencia mundial al tener lo que muchas naciones con mejores niveles de vida, economía, salud y educación no tienen, contando con un territorio más pequeño, sin tantos recursos naturales, sin litorales marítimos e incluso azotado con frecuencia por la fuerza de la naturaleza, pero con gente trabajadora, emprendedora, dispuesta a poner su inteligencia y corazón en beneficio de su comunidad, sabiendo que ese beneficio se revierte en un beneficio personal y el de sus familias.

Nosotros contamos con dos enormes litorales en los que abunda la pesca, tenemos agua, bosques y selvas, diversidad de flora y fauna, petróleo, litio, uranio, minas de plata, acero, grandes extensiones maderables que darían riqueza si no se explotaran de manera desordenada, inconsciente y criminal; grandes extensiones cultivables en las que se obtienen frutos, caña de azúcar, algodón, granos y muchos otros productos. Nuestro paisaje tiene mar, montañas, verdes campos y desierto, ríos, lagunas, cañones y cordilleras que se ofrecen al turista nacional y extranjero como un banquete de eso que llaman la industria sin chimeneas, que además es muy redituable.

Y qué decir de nuestra cultura, con una diversidad de etnias, costumbres, artesanías, gastronomía, tradiciones, festividades, monumentos prehispánicos, virreinales y contemporáneos llenos de historia y leyendas, hermosas ciudades, pueblos y comunidades que en conjunto forman este territorio que llamamos México.

Si bien tenemos tanta riqueza, no todas las manos de la gente trabajan para extraerla y hacerla crecer. He escuchado a muchos extranjeros que admiran nuestro país, sobre todo después de visitarlo habiendo previamente leído acerca de los lugares, costumbres y bellezas que van a visitar, pero diciendo qué lástima que nuestra gente es floja y que eso contribuye a la pobreza que prevalece en nuestro pueblo.

En un principio me he ofendido, pero al voltear a las calles y rincones de nuestra patria no me queda más que aceptar que, efectivamente, esa flojera nos empobrece. Que si hay desigualdad e inequidad en la distribución de la riqueza, es cierto, pero también nuestra mentalidad es de hago como que trabajo porque el patrón hace como que me paga. Se abandona el campo y se venden los ejidos y lo peor, desde hace años los gobiernos nos han hecho más flojos y mantenidos con fines más políticos que de ayuda y la gente que debiera ser productiva sólo espera que le den su dinero por no hacer nada, mediante programas públicos que lo único que han favorecido es la holgazanería y el deterioro de la producción y economía, pero que los políticos saben cómo emplear para medio mitigar el hambre y comprar conciencias.

Así, a pesar de nuestras riquezas, nunca podremos crecer y ser un mejor país, mejores ciudadanos o una mejor sociedad.

No hay duda que nuestro país es sumamente rico, tanto que debiéramos ser una potencia mundial al tener lo que muchas naciones con mejores niveles de vida, economía, salud y educación no tienen, contando con un territorio más pequeño, sin tantos recursos naturales, sin litorales marítimos e incluso azotado con frecuencia por la fuerza de la naturaleza, pero con gente trabajadora, emprendedora, dispuesta a poner su inteligencia y corazón en beneficio de su comunidad, sabiendo que ese beneficio se revierte en un beneficio personal y el de sus familias.

Nosotros contamos con dos enormes litorales en los que abunda la pesca, tenemos agua, bosques y selvas, diversidad de flora y fauna, petróleo, litio, uranio, minas de plata, acero, grandes extensiones maderables que darían riqueza si no se explotaran de manera desordenada, inconsciente y criminal; grandes extensiones cultivables en las que se obtienen frutos, caña de azúcar, algodón, granos y muchos otros productos. Nuestro paisaje tiene mar, montañas, verdes campos y desierto, ríos, lagunas, cañones y cordilleras que se ofrecen al turista nacional y extranjero como un banquete de eso que llaman la industria sin chimeneas, que además es muy redituable.

Y qué decir de nuestra cultura, con una diversidad de etnias, costumbres, artesanías, gastronomía, tradiciones, festividades, monumentos prehispánicos, virreinales y contemporáneos llenos de historia y leyendas, hermosas ciudades, pueblos y comunidades que en conjunto forman este territorio que llamamos México.

Si bien tenemos tanta riqueza, no todas las manos de la gente trabajan para extraerla y hacerla crecer. He escuchado a muchos extranjeros que admiran nuestro país, sobre todo después de visitarlo habiendo previamente leído acerca de los lugares, costumbres y bellezas que van a visitar, pero diciendo qué lástima que nuestra gente es floja y que eso contribuye a la pobreza que prevalece en nuestro pueblo.

En un principio me he ofendido, pero al voltear a las calles y rincones de nuestra patria no me queda más que aceptar que, efectivamente, esa flojera nos empobrece. Que si hay desigualdad e inequidad en la distribución de la riqueza, es cierto, pero también nuestra mentalidad es de hago como que trabajo porque el patrón hace como que me paga. Se abandona el campo y se venden los ejidos y lo peor, desde hace años los gobiernos nos han hecho más flojos y mantenidos con fines más políticos que de ayuda y la gente que debiera ser productiva sólo espera que le den su dinero por no hacer nada, mediante programas públicos que lo único que han favorecido es la holgazanería y el deterioro de la producción y economía, pero que los políticos saben cómo emplear para medio mitigar el hambre y comprar conciencias.

Así, a pesar de nuestras riquezas, nunca podremos crecer y ser un mejor país, mejores ciudadanos o una mejor sociedad.