/ miércoles 5 de julio de 2017

Desde Huatusco

Mueran los gachupines

El grito de Dolores Hidalgo, lanzado en 1810 por el cura don Miguel Hidalgo y Costilla, con el fin de incitar al pueblo de México para que se levantara en armas y se uniera a la causa que tenía como fin independizarse de España; llegó a esta región a través de emisarios que invitaron a los ciudadanos a organizarse y seguir el movimiento que avanzaba por el centro del país.

La guarnición del rey que acampaba en esta localidad se mantenía alerta por órdenes de la superioridad que temía una rebelión.

En la comunidad Tlamatoca, cuyo significado es “donde se siembra con la mano”, bajo un completo sigilo, por el temor de ser descubiertos, se preparó un grupo de combatientes con una línea reducida en elementos de caballería, mal armada y sin instrucción militar, confiaban en su valor a cambio de preverse de palos, garrochas y morunas.  La idea de que iban a luchar por una causa importante y que les devolvería el derecho de ser libres, alimentó a los campesinos para dejar la siembra y a su familia y marchar con la esperanza de lograr el objetivo anhelado.

Ahí nació Jacinto Roque, el primer caudillo de la región, encabezando a este contingente mal preparado, pero que con coraje se lanzó sobre el cuartel con la intención de tomarlo. Los defensores del sito, desde las ventanas disparaban sobre los atacantes que se ocultaban en los arbustos de las fincas de café. Era la madrugada del mes de abril de 1812 cuando se conmemoraba el Jueves Santo, cayeron las primeras víctimas, dos indios fueron mal heridos, los sacaron jalándolos de los pies a un lugar propicio para rematarlos.

Por orden del comandante en jefe los colgaron de un árbol hasta que murieron, y en seguida les cortaron la cabeza, misma que pasearon por las calles del pueblo, como un escarmiento para los que se atrevieran a desafiar la autoridad colonial. Sin embargo, precaviendo que los rebeldes se agruparan y atacaran con más coraje. Organizaron la retirada hacía la ciudad de Córdoba, llevándose a todos los extranjeros radicados aquí, y que aceptaron dejar sus negocios y propiedades, considerando que su vida peligraba.

Las noticias se conocieron por el territorio cafetalero, hasta llegar a oídos de los patriotas que aguardaban el momento de entrar en acción. Jacinto Roque conminó a su gente y entró a Huatusco con la finalidad de corroborar la ausencia de las defensas de la corona y militarmente se posesionó del estratégico lugar. Sin ocasionar ningún daño a los habitantes ni a su patrimonio, los exhortaba con celo y entusiasmo  para que se adhirieran al movimiento libertario que iba creciendo.

Las guardias rebeldes que controlaban entradas y salidas de la localidad, apresaron a una persona que portaba un correo que debería ser entregado en Córdoba. Descubierto el actor intelectual, se procedió a poner tras las rejas al Cura Muñoz, quién informaba al gobierno español del número de “revoltosos”, su ubicación y las disposiciones impuestas a la población. Durante el traslado a Quimixtlán para entregarlo a la superioridad eclesiástica, los demás párrocos de la región pidieron clemencia para el reo. Al dejarlo libre pidió perdón de rodillas y se le amonestó por estar en contra de la nueva ordenanza.

Julián Ángel era otro líder campesino que hostilizaba por los alrededores de las rancherías, pretendió disputarle el mando a Jacinto quién le advertía su jerarquía por ser precursor de los ideales del padre Hidalgo. Estas razones no fueron suficientes y a punto estuvieron  de atacarse, las dos divisiones fueron contenidas por la intervención del señor cura. Suspendieron sus armas y quedaron como “amigos”. Una noche Julián sorprendió a Jacinto y atándolo violentamente lo asesinó. Luego se entregó al saqueo y atropello de los bienes pertenecientes a europeos avecindados en esta ciudad que prefirieron quedarse en lugar de huir.

Mueran los gachupines

El grito de Dolores Hidalgo, lanzado en 1810 por el cura don Miguel Hidalgo y Costilla, con el fin de incitar al pueblo de México para que se levantara en armas y se uniera a la causa que tenía como fin independizarse de España; llegó a esta región a través de emisarios que invitaron a los ciudadanos a organizarse y seguir el movimiento que avanzaba por el centro del país.

La guarnición del rey que acampaba en esta localidad se mantenía alerta por órdenes de la superioridad que temía una rebelión.

En la comunidad Tlamatoca, cuyo significado es “donde se siembra con la mano”, bajo un completo sigilo, por el temor de ser descubiertos, se preparó un grupo de combatientes con una línea reducida en elementos de caballería, mal armada y sin instrucción militar, confiaban en su valor a cambio de preverse de palos, garrochas y morunas.  La idea de que iban a luchar por una causa importante y que les devolvería el derecho de ser libres, alimentó a los campesinos para dejar la siembra y a su familia y marchar con la esperanza de lograr el objetivo anhelado.

Ahí nació Jacinto Roque, el primer caudillo de la región, encabezando a este contingente mal preparado, pero que con coraje se lanzó sobre el cuartel con la intención de tomarlo. Los defensores del sito, desde las ventanas disparaban sobre los atacantes que se ocultaban en los arbustos de las fincas de café. Era la madrugada del mes de abril de 1812 cuando se conmemoraba el Jueves Santo, cayeron las primeras víctimas, dos indios fueron mal heridos, los sacaron jalándolos de los pies a un lugar propicio para rematarlos.

Por orden del comandante en jefe los colgaron de un árbol hasta que murieron, y en seguida les cortaron la cabeza, misma que pasearon por las calles del pueblo, como un escarmiento para los que se atrevieran a desafiar la autoridad colonial. Sin embargo, precaviendo que los rebeldes se agruparan y atacaran con más coraje. Organizaron la retirada hacía la ciudad de Córdoba, llevándose a todos los extranjeros radicados aquí, y que aceptaron dejar sus negocios y propiedades, considerando que su vida peligraba.

Las noticias se conocieron por el territorio cafetalero, hasta llegar a oídos de los patriotas que aguardaban el momento de entrar en acción. Jacinto Roque conminó a su gente y entró a Huatusco con la finalidad de corroborar la ausencia de las defensas de la corona y militarmente se posesionó del estratégico lugar. Sin ocasionar ningún daño a los habitantes ni a su patrimonio, los exhortaba con celo y entusiasmo  para que se adhirieran al movimiento libertario que iba creciendo.

Las guardias rebeldes que controlaban entradas y salidas de la localidad, apresaron a una persona que portaba un correo que debería ser entregado en Córdoba. Descubierto el actor intelectual, se procedió a poner tras las rejas al Cura Muñoz, quién informaba al gobierno español del número de “revoltosos”, su ubicación y las disposiciones impuestas a la población. Durante el traslado a Quimixtlán para entregarlo a la superioridad eclesiástica, los demás párrocos de la región pidieron clemencia para el reo. Al dejarlo libre pidió perdón de rodillas y se le amonestó por estar en contra de la nueva ordenanza.

Julián Ángel era otro líder campesino que hostilizaba por los alrededores de las rancherías, pretendió disputarle el mando a Jacinto quién le advertía su jerarquía por ser precursor de los ideales del padre Hidalgo. Estas razones no fueron suficientes y a punto estuvieron  de atacarse, las dos divisiones fueron contenidas por la intervención del señor cura. Suspendieron sus armas y quedaron como “amigos”. Una noche Julián sorprendió a Jacinto y atándolo violentamente lo asesinó. Luego se entregó al saqueo y atropello de los bienes pertenecientes a europeos avecindados en esta ciudad que prefirieron quedarse en lugar de huir.

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