/ miércoles 27 de abril de 2022

Diálogo en el infierno

Vivimos hoy una realidad, la humanidad está exhausta. Creíamos que estábamos preparados para todo, entendiendo que ese todo comprendía que alguien nos cuidara, que nos hiciéramos viejos con buena salud o viviendo el milagro del viagra. En fin, pensábamos que íbamos a tener una vida que, al final del día, era lo que nos merecíamos.

Las guerras parecían que eran una cosa del pasado y ajenas al mundo. El orden imperaba y además contábamos con unas autoridades políticas y económicas que sabían y podían controlar la evolución de la economía y de la vida diaria de los pueblos. En el mundo en el que vivimos, en el del Covid-19, en el de las guerras de Vladimir Putin, en el del poderío chino y en el de la crisis estadounidense, nadie, absolutamente nadie, puede pagar sus deudas.

Tal y como están las cosas, se podría decir que el mundo está en quiebra o al menos está en quiebra la parte del mundo que más consumimos, que más gastamos y más poseemos. Por muy bien que se ha recibido el resultado de la votación de los diputados, que logró descarrilar la iniciativa presidencial que proponía regresión en la regulación de la materia energética en perjuicio de la competividad y el medio ambiente, el fenómeno de gobierno comprobado evidencia el estado de caducidad de nuestro sistema político nacional.

La política, la cosa pública, es la actividad que llevamos a cabo como ciudadanos con la finalidad de discernir caminos, a través de los cuales zanjar nuestras diferencias y resolver los avatares que nuestra convivencia nos pone enfrente todos los días. Con el más loable propósito de facilitar el entendimiento y evitar desastrosas discrepancias, la Constitución establece que éste, el debate, no se realice llanamente, sino a través de representantes populares en una arena pública: el Congreso. El objeto del sufragio y la elección de diputados y senadores es precisamente ese, el de designar a quienes hablen y discutan en nuestro nombre para elegir, en su función de gobernantes, los mejores instrumentos legales para crecer y desarrollarnos como sociedad. Una de las lecciones más importantes que se pueden derivar del rechazo a la reforma constitucional en materia eléctrica planteada por el Ejecutivo es que el balance de las fuerzas políticas en México cambia de manera radical cuando la oposición actúa como un frente.

Si la oposición logra que para el 2024 exista un solo candidato o candidata presidencial para contender contra Morena, las posibilidades de una competencia intensa y eventualmente de una alternancia en el Poder Ejecutivo podrían crecer de manera relevante.

Si, por el contrario, prevalecen las diferencias y, por ejemplo, Movimiento Ciudadano postula a un candidato, el PRI a otro y el PAN a uno más, le pondrán la mesa a Morena para conseguir el triunfo en las próximas elecciones presidenciales.

Como aquí lo he comentado insistentemente, la clave para conseguir que la oposición se una es que exista una o varias personas que tengan capacidad de obtener el respaldo de todos los partidos.

Pero también hay que tomar en cuenta que sin las elecciones de junio los resultados no reúnen las expectativas de los morenistas, van a sonar todas las alarmas para el régimen, pues el camino al fracaso sería el más probable.

La verdadera coalición opositora apenas se va a constituir, y si lo logran será justo ahora que iniciarán sus formidables retos.

El sonado triunfo en San Lázaro de todas las fuerzas contrarias a AMLO, a quien le tumbaron una reforma constitucional y a quien advirtieron que si persiste en no negociar nada la misma suerte correrán las tan anunciadas iniciativa sobre ley electoral y la Guardia Nacional, pone a la oposición en la antesala de un protagonismo que, sin embargo, le demandará mucho de lo que no ha mostrado desde al menos 2017.

La gran duda ahora es qué hará la oposición con lo logrado.

Coincido con el Presidente al fundamentar que fue un triunfo para la democracia mexicana lo ocurrido, porque se volvieron a ver contrapesos en los poderes Ejecutivo y Legislativo. Además, y más allá de la calidad de la actual oposición, quedó de manifiesto que aún funcionan, y eso siempre es sano.

No obstante, y paradójicamente, mientras la oposición encontró finalmente un camino eficiente para hacerse notar así en las próximas elecciones presidenciales, Morena se divide a pasos agigantados aún a sabiendas que tiene casi todas las fichas para ganar la elección de junio de 2024, o más bien, quizá por eso son su peor enemigo. Uno de los más activos y radicales impulsores de la 4T es John Ackerman. Desde sus diversas tribunas tundió a Mario Delgado al culparlo por el descalabro que representó para López Obrador la baja participación en la revocación de mandato. Pero esto apenas es un ejemplo de cómo comienzan a desangrarse en el interior de Morena.

Sus diversas corrientes se muerden la lengua mientras cruzan acusaciones recíprocas. Lo que están ocasionando es abrirle una oportunidad inmejorable a la oposición. La oposición, ahora envalentonada, finalmente comprendió que lo mejor que les pudo pasar es ser un bloque negacionista a cualquier interés del Presidente y de Morena.

En efecto, la soberbia de muchos gobernantes morenistas impactó en varias derrotas electorales en 2021, simplemente echemos un vistazo a lo que sucedió en la CDMX. Estamos en la antesala de los discursos nacionalistas, populistas, hirientes, hilarantes que brotarán entre todas las fuerzas políticas para obtener poder.

En 25 meses sabremos quién es el siguiente presidente de México. Para ser más exacto en 110 semanas, unos 764 días, AMLO sabrá si la 4T sobrevivirá a las elecciones presidenciales de 2024. En un año, seguramente el Presidente, en privado, ya habrá seleccionado su delfín.

Hasta ahora no se ha debilitado a la 4T. Y aunque todo indica que Morena debería de rodar con facilidad hacia las elecciones del 2022 y del 2024, el Presidente y sus operadores políticos están fortaleciendo a la oposición.

En verdad no sé si es miedo o es soberbia, o simple y llanamente el Ejecutivo federal y Morena perdieron el piso. Asumen que ya no hay pesos y contrapesos, ni oposición que se atreva a detenerlo. Pero esto será su talón de Aquiles.

Vivimos hoy una realidad, la humanidad está exhausta. Creíamos que estábamos preparados para todo, entendiendo que ese todo comprendía que alguien nos cuidara, que nos hiciéramos viejos con buena salud o viviendo el milagro del viagra. En fin, pensábamos que íbamos a tener una vida que, al final del día, era lo que nos merecíamos.

Las guerras parecían que eran una cosa del pasado y ajenas al mundo. El orden imperaba y además contábamos con unas autoridades políticas y económicas que sabían y podían controlar la evolución de la economía y de la vida diaria de los pueblos. En el mundo en el que vivimos, en el del Covid-19, en el de las guerras de Vladimir Putin, en el del poderío chino y en el de la crisis estadounidense, nadie, absolutamente nadie, puede pagar sus deudas.

Tal y como están las cosas, se podría decir que el mundo está en quiebra o al menos está en quiebra la parte del mundo que más consumimos, que más gastamos y más poseemos. Por muy bien que se ha recibido el resultado de la votación de los diputados, que logró descarrilar la iniciativa presidencial que proponía regresión en la regulación de la materia energética en perjuicio de la competividad y el medio ambiente, el fenómeno de gobierno comprobado evidencia el estado de caducidad de nuestro sistema político nacional.

La política, la cosa pública, es la actividad que llevamos a cabo como ciudadanos con la finalidad de discernir caminos, a través de los cuales zanjar nuestras diferencias y resolver los avatares que nuestra convivencia nos pone enfrente todos los días. Con el más loable propósito de facilitar el entendimiento y evitar desastrosas discrepancias, la Constitución establece que éste, el debate, no se realice llanamente, sino a través de representantes populares en una arena pública: el Congreso. El objeto del sufragio y la elección de diputados y senadores es precisamente ese, el de designar a quienes hablen y discutan en nuestro nombre para elegir, en su función de gobernantes, los mejores instrumentos legales para crecer y desarrollarnos como sociedad. Una de las lecciones más importantes que se pueden derivar del rechazo a la reforma constitucional en materia eléctrica planteada por el Ejecutivo es que el balance de las fuerzas políticas en México cambia de manera radical cuando la oposición actúa como un frente.

Si la oposición logra que para el 2024 exista un solo candidato o candidata presidencial para contender contra Morena, las posibilidades de una competencia intensa y eventualmente de una alternancia en el Poder Ejecutivo podrían crecer de manera relevante.

Si, por el contrario, prevalecen las diferencias y, por ejemplo, Movimiento Ciudadano postula a un candidato, el PRI a otro y el PAN a uno más, le pondrán la mesa a Morena para conseguir el triunfo en las próximas elecciones presidenciales.

Como aquí lo he comentado insistentemente, la clave para conseguir que la oposición se una es que exista una o varias personas que tengan capacidad de obtener el respaldo de todos los partidos.

Pero también hay que tomar en cuenta que sin las elecciones de junio los resultados no reúnen las expectativas de los morenistas, van a sonar todas las alarmas para el régimen, pues el camino al fracaso sería el más probable.

La verdadera coalición opositora apenas se va a constituir, y si lo logran será justo ahora que iniciarán sus formidables retos.

El sonado triunfo en San Lázaro de todas las fuerzas contrarias a AMLO, a quien le tumbaron una reforma constitucional y a quien advirtieron que si persiste en no negociar nada la misma suerte correrán las tan anunciadas iniciativa sobre ley electoral y la Guardia Nacional, pone a la oposición en la antesala de un protagonismo que, sin embargo, le demandará mucho de lo que no ha mostrado desde al menos 2017.

La gran duda ahora es qué hará la oposición con lo logrado.

Coincido con el Presidente al fundamentar que fue un triunfo para la democracia mexicana lo ocurrido, porque se volvieron a ver contrapesos en los poderes Ejecutivo y Legislativo. Además, y más allá de la calidad de la actual oposición, quedó de manifiesto que aún funcionan, y eso siempre es sano.

No obstante, y paradójicamente, mientras la oposición encontró finalmente un camino eficiente para hacerse notar así en las próximas elecciones presidenciales, Morena se divide a pasos agigantados aún a sabiendas que tiene casi todas las fichas para ganar la elección de junio de 2024, o más bien, quizá por eso son su peor enemigo. Uno de los más activos y radicales impulsores de la 4T es John Ackerman. Desde sus diversas tribunas tundió a Mario Delgado al culparlo por el descalabro que representó para López Obrador la baja participación en la revocación de mandato. Pero esto apenas es un ejemplo de cómo comienzan a desangrarse en el interior de Morena.

Sus diversas corrientes se muerden la lengua mientras cruzan acusaciones recíprocas. Lo que están ocasionando es abrirle una oportunidad inmejorable a la oposición. La oposición, ahora envalentonada, finalmente comprendió que lo mejor que les pudo pasar es ser un bloque negacionista a cualquier interés del Presidente y de Morena.

En efecto, la soberbia de muchos gobernantes morenistas impactó en varias derrotas electorales en 2021, simplemente echemos un vistazo a lo que sucedió en la CDMX. Estamos en la antesala de los discursos nacionalistas, populistas, hirientes, hilarantes que brotarán entre todas las fuerzas políticas para obtener poder.

En 25 meses sabremos quién es el siguiente presidente de México. Para ser más exacto en 110 semanas, unos 764 días, AMLO sabrá si la 4T sobrevivirá a las elecciones presidenciales de 2024. En un año, seguramente el Presidente, en privado, ya habrá seleccionado su delfín.

Hasta ahora no se ha debilitado a la 4T. Y aunque todo indica que Morena debería de rodar con facilidad hacia las elecciones del 2022 y del 2024, el Presidente y sus operadores políticos están fortaleciendo a la oposición.

En verdad no sé si es miedo o es soberbia, o simple y llanamente el Ejecutivo federal y Morena perdieron el piso. Asumen que ya no hay pesos y contrapesos, ni oposición que se atreva a detenerlo. Pero esto será su talón de Aquiles.