/ sábado 23 de abril de 2022

Dones pascuales

El tiempo de la pascua se extiende por cincuenta días. Todo este tiempo ofrece la oportunidad de acompañar a todos los testigos de la resurrección en sus diversos encuentros con el resucitado.

El tiempo de pascua es el que mejor refleja la manera en la que la comunidad primitiva y, desde luego, la Iglesia, se ha de encontrar con el Señor, cada uno a su ritmo, según su tiempo; lo importante es descubrir que el Dios de la vida se encuentra en los caminos, en la comunidad, en la celebración, y que ese Dios de la vida nunca deja solos.

La presencia del Espíritu Santo trae consigo siete dones, y estos a su vez, frutos. Este es el gran regalo de la pascua. Gustar el sabor de las experiencias de la vida, descubrir a Dios en los pequeños del mundo (sabiduría). Iluminados por la Palabra, comprender el misterio de Dios a la luz de la vida de los hombres (entendimiento). Sentirse hermanos, solidarios, accidentados por ir junto a los otros, animándose mutuamente (consejo). El Espíritu hace valientes, sin miedo, fieles y perseverantes, audaces (fortaleza). Capacitados para ver desde la óptica del Creador (ciencia). Que desde la ternura del Padre sana las durezas de los hermanos (piedad). Atentos por todos, especialmente por los más vulnerables, el Espíritu lleva al amor, a ser samaritanos (temor de Dios).

Con la resurrección los apóstoles se hacen conscientes de su misión, descubren la importancia de ir. Así como Él lo había hecho. Él siempre fue. Fue del cielo a la tierra para la encarnación. Fue de su casa al templo en la peregrinación de los doce años. Fue al encuentro de los que estaban como ovejas sin pastor. Fue al encuentro de los ciegos, de los leprosos, de los enfermos. Fue a la boda de los novios que se habían quedado sin vino. Fue siempre. Salió al encuentro siempre y cada uno de los días de su vida. Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro. Eso que Él mismo había hecho, ahora habrán de hacerlo también sus discípulos. De eso tendrían que ser testigos.

El Señor acompañaba la predicación de los apóstoles, es decir que todo lo que ellos hacían no era sólo por su cuenta; el Señor estaba con ellos. Él era el testigo de lo que ellos hacían. Su predicación era confirmada por los signos que venían de lo alto. Los discípulos del Señor, y los que creían en la buena nueva del evangelio hablaban la nueva lengua del amor, nada les hacía daño, comunicaban la salud y la curación a los demás.

El tiempo de la pascua se extiende por cincuenta días. Todo este tiempo ofrece la oportunidad de acompañar a todos los testigos de la resurrección en sus diversos encuentros con el resucitado.

El tiempo de pascua es el que mejor refleja la manera en la que la comunidad primitiva y, desde luego, la Iglesia, se ha de encontrar con el Señor, cada uno a su ritmo, según su tiempo; lo importante es descubrir que el Dios de la vida se encuentra en los caminos, en la comunidad, en la celebración, y que ese Dios de la vida nunca deja solos.

La presencia del Espíritu Santo trae consigo siete dones, y estos a su vez, frutos. Este es el gran regalo de la pascua. Gustar el sabor de las experiencias de la vida, descubrir a Dios en los pequeños del mundo (sabiduría). Iluminados por la Palabra, comprender el misterio de Dios a la luz de la vida de los hombres (entendimiento). Sentirse hermanos, solidarios, accidentados por ir junto a los otros, animándose mutuamente (consejo). El Espíritu hace valientes, sin miedo, fieles y perseverantes, audaces (fortaleza). Capacitados para ver desde la óptica del Creador (ciencia). Que desde la ternura del Padre sana las durezas de los hermanos (piedad). Atentos por todos, especialmente por los más vulnerables, el Espíritu lleva al amor, a ser samaritanos (temor de Dios).

Con la resurrección los apóstoles se hacen conscientes de su misión, descubren la importancia de ir. Así como Él lo había hecho. Él siempre fue. Fue del cielo a la tierra para la encarnación. Fue de su casa al templo en la peregrinación de los doce años. Fue al encuentro de los que estaban como ovejas sin pastor. Fue al encuentro de los ciegos, de los leprosos, de los enfermos. Fue a la boda de los novios que se habían quedado sin vino. Fue siempre. Salió al encuentro siempre y cada uno de los días de su vida. Se caracterizó por ser un Dios que se estremece y sale al encuentro. Eso que Él mismo había hecho, ahora habrán de hacerlo también sus discípulos. De eso tendrían que ser testigos.

El Señor acompañaba la predicación de los apóstoles, es decir que todo lo que ellos hacían no era sólo por su cuenta; el Señor estaba con ellos. Él era el testigo de lo que ellos hacían. Su predicación era confirmada por los signos que venían de lo alto. Los discípulos del Señor, y los que creían en la buena nueva del evangelio hablaban la nueva lengua del amor, nada les hacía daño, comunicaban la salud y la curación a los demás.