/ sábado 2 de abril de 2022

El encuentro con el amor

Cuaresma es regresar la mirada al verdadero Dios. Al Dios de Jesucristo el que no tiene nada que ver con uno que premia la perfección moral de las personas. O que exige sacrificios para aumentar su gloria. En nada está obsesionado con ciertos comportamientos, tampoco los castigue con ira inmisericorde, no desata su furia apedreando pecadores.

El Dios de Jesucristo es un Dios que no condena y que invita a no condenar. Más bien llama a la revisión de la propia vida y, desde esa historia personal, abrirse a la ternura con los demás.

El Dios de la predicación de Jesucristo es del encuentro. La experiencia del encuentro, tal como lo hizo Cristo; Él, como buen samaritano, supo salir al camino de aquellos que estaban ciegos, o paralíticos, de aquellos que padecían lepra y las demás enfermedades que los paralizaban dejándolos en un estado de vulnerabilidad, marginándolos de la vida. Situándolos a la orilla del camino, como en el caso del ciego Bartimeo o del hombre que fue asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó. Por esa razón en cada encuentro con los demás reconocía la sacralidad del rostro humano, cuando le sugirieron castigar a la mujer pecadora lapidándola, Él la regeneró, la creó de nuevo, evidenciando a todos la dignidad de esa mujer. Dignidad que no se pierde.

Nuestro Señor dejó de manifiesto que el encuentro constituye una necesidad profunda del hombre. Esa es la razón por la que, en el relato de la Creación, una vez que el hombre nombró a todos los animales, se dio cuenta que ninguno de ellos era una buena compañía, que satisficiera su verdadera necesidad de encuentro. Jesús nos ha mostrado la manera saludable de entrar en relación unos con otros, con encuentros nutritivos, que permitan que cada uno dé lo mejor de sí mismo. Él, el hombre perfecto que nos ha venido a enseñar la manera correcta de ser personas.

La misericordia es un verdadero jubileo cuando nos damos una doble oportunidad: por un lado, de regresar al Dios de Jesucristo, cuya nota esencial es la misericordia. El Dios que, como un padre, espera amable y tierno el regreso de sus hijos, que cuando los ve acercarse se encuentra con ellos para cubrirlos de besos, y llevarlos al interior de la casa. Pero, por el otro lado, es jubileo cuando los cristianos nos decidimos a salir al encuentro de los demás, con la calidad con la que lo hizo el Señor, verdadero samaritano que se acercaba para sanar, para establecer vínculos, para soñar, para animar y construir.

Cuaresma es regresar la mirada al verdadero Dios. Al Dios de Jesucristo el que no tiene nada que ver con uno que premia la perfección moral de las personas. O que exige sacrificios para aumentar su gloria. En nada está obsesionado con ciertos comportamientos, tampoco los castigue con ira inmisericorde, no desata su furia apedreando pecadores.

El Dios de Jesucristo es un Dios que no condena y que invita a no condenar. Más bien llama a la revisión de la propia vida y, desde esa historia personal, abrirse a la ternura con los demás.

El Dios de la predicación de Jesucristo es del encuentro. La experiencia del encuentro, tal como lo hizo Cristo; Él, como buen samaritano, supo salir al camino de aquellos que estaban ciegos, o paralíticos, de aquellos que padecían lepra y las demás enfermedades que los paralizaban dejándolos en un estado de vulnerabilidad, marginándolos de la vida. Situándolos a la orilla del camino, como en el caso del ciego Bartimeo o del hombre que fue asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó. Por esa razón en cada encuentro con los demás reconocía la sacralidad del rostro humano, cuando le sugirieron castigar a la mujer pecadora lapidándola, Él la regeneró, la creó de nuevo, evidenciando a todos la dignidad de esa mujer. Dignidad que no se pierde.

Nuestro Señor dejó de manifiesto que el encuentro constituye una necesidad profunda del hombre. Esa es la razón por la que, en el relato de la Creación, una vez que el hombre nombró a todos los animales, se dio cuenta que ninguno de ellos era una buena compañía, que satisficiera su verdadera necesidad de encuentro. Jesús nos ha mostrado la manera saludable de entrar en relación unos con otros, con encuentros nutritivos, que permitan que cada uno dé lo mejor de sí mismo. Él, el hombre perfecto que nos ha venido a enseñar la manera correcta de ser personas.

La misericordia es un verdadero jubileo cuando nos damos una doble oportunidad: por un lado, de regresar al Dios de Jesucristo, cuya nota esencial es la misericordia. El Dios que, como un padre, espera amable y tierno el regreso de sus hijos, que cuando los ve acercarse se encuentra con ellos para cubrirlos de besos, y llevarlos al interior de la casa. Pero, por el otro lado, es jubileo cuando los cristianos nos decidimos a salir al encuentro de los demás, con la calidad con la que lo hizo el Señor, verdadero samaritano que se acercaba para sanar, para establecer vínculos, para soñar, para animar y construir.