/ jueves 15 de octubre de 2020

Es el momento de reinventar la democracia y la educación

Seguramente a usted, como a mí, últimamente le pasa que más que encontrar un libro, ciertos libros me encuentran a mí. El más reciente en esta categoría es Casta: los orígenes de nuestro descontento, de Isabel Wilkerson. Antes de leerlo yo no sabía prácticamente nada sobre los afroamericanos y su historia en los Estados Unidos. Mientras leía Casta fui conociendo la magnitud del horror del que han sido objeto durante cuatro siglos.

Lo que hace portentoso el libro de Wilkerson sin embargo, no es el horror que nos revela, sino las historias completas, concretas y entrañables a través de las cuales lo retrata, y la mirada esclarecedora desde la cual lo interpreta. Su propuesta interpretativa es radical. El lugar de los afroamericanos en los Estados Unidos no es un pedacito marginal de la arquitectura de ese país y para entender la relación entre blancos y negros la noción de “racismo” sencillamente no alcanza.

Todo lo relativo a la relación a blancos y negros, así como la historia completa de los Estados Unidos sólo puede entenderse desde la operación de un sistema de castas bipolar. Si la “raza” es la piel de ese orden jerárquico, nos dice la autora, la casta representa sus huesos.

Los soportes que permiten la reproducción y estabilidad de un sistema de castas son diversos, dice Wilkerson. Están desde luego, el terror y la violencia, ejercidos sin control por parte de la casta dominante y sin posibilidad de defensa por parte de la casta subordinada. Como piedra angular de la operación y reproducción de ese sistema, está la deshumanización de la casta subordinada, es decir, su construcción social como grupo genérico, sin individualidades, que es visto y tratado como no cabal o plenamente humano.

Casta no solo me encontró, también me transformó de golpe. Lo hizo volviéndome visibles unos lentes horribles y espantosos que ni sabía que traía puestos. Al contacto con la luz, aquellos lentes viejos se desbarataron y en su lugar aparecieron unos nuevos.

Unos anteojos frescos que amplíen mirada y la hacen, a un tiempo, más suave y más aguda.

El libro de Wilkerson me permitió acercarme a un grupo humano que desconocía y, con respecto al cual, el libro mismo me hizo ver que yo tenía prejuicios sobre los que ni siquiera había reparado mayormente.

La lectura de Casta, más que una simple lectura, ha sido para mí una experiencia estética, intelectual y moral formidable.

En sus páginas descubrí partes oscuras y centrales de un país que creía conocer bastante. Si no lo conocen o no lo han leído, lean Casta y sumérjanse en experiencia memorable.

En otro tema, ya encarrerados, contaron con los votos, y dado que la ambición no tiene límites, los morenistas decidieron que aun cuando no venía en la iniciativa, también podrían disponer de otros 101 mil millones de pesos del Fondo de Salud para el Bienestar, que la SHCP dispusiera de ellos, supuestamente para regresarlos a salud. Ahí enloqueció el Pleno. Diputados tomaron la tribuna, hubo insultos y golpes. Y se decretó un receso. Son 169 los fideicomisos los que desaparecen.

El costo político es fuerte, pero más lo será el costo social que deja sin atención a miles de personas de grupos vulnerables.

Comisiones y fideicomisos al por mayor. Esto cambió con Miguel de la Madrid y finalmente Carlos Salinas de Gortari desapareció a muchos que no tenían utilidad social.

El fideicomiso se reguló y tiene como principal ventaja que atiende un solo objetivo y puede programar acciones en forma multianual, según la decisión del comité técnico y sus reglas de operación.

Conforme la lealtad ciega que AMLO pide a sus legisladores, la mayoría de Morena decidió apoyar la propuesta y hacerla realidad. AMLO, dice, usará esos recursos para comprar vacunas contra el Covid-19, que aún no está en el mercado. Lo cierto es que a AMLO no le alcanza el dinero para sus proyectos y se niega a abandonarlos, aun cuando sean poco viables.

Seguramente a usted, como a mí, últimamente le pasa que más que encontrar un libro, ciertos libros me encuentran a mí. El más reciente en esta categoría es Casta: los orígenes de nuestro descontento, de Isabel Wilkerson. Antes de leerlo yo no sabía prácticamente nada sobre los afroamericanos y su historia en los Estados Unidos. Mientras leía Casta fui conociendo la magnitud del horror del que han sido objeto durante cuatro siglos.

Lo que hace portentoso el libro de Wilkerson sin embargo, no es el horror que nos revela, sino las historias completas, concretas y entrañables a través de las cuales lo retrata, y la mirada esclarecedora desde la cual lo interpreta. Su propuesta interpretativa es radical. El lugar de los afroamericanos en los Estados Unidos no es un pedacito marginal de la arquitectura de ese país y para entender la relación entre blancos y negros la noción de “racismo” sencillamente no alcanza.

Todo lo relativo a la relación a blancos y negros, así como la historia completa de los Estados Unidos sólo puede entenderse desde la operación de un sistema de castas bipolar. Si la “raza” es la piel de ese orden jerárquico, nos dice la autora, la casta representa sus huesos.

Los soportes que permiten la reproducción y estabilidad de un sistema de castas son diversos, dice Wilkerson. Están desde luego, el terror y la violencia, ejercidos sin control por parte de la casta dominante y sin posibilidad de defensa por parte de la casta subordinada. Como piedra angular de la operación y reproducción de ese sistema, está la deshumanización de la casta subordinada, es decir, su construcción social como grupo genérico, sin individualidades, que es visto y tratado como no cabal o plenamente humano.

Casta no solo me encontró, también me transformó de golpe. Lo hizo volviéndome visibles unos lentes horribles y espantosos que ni sabía que traía puestos. Al contacto con la luz, aquellos lentes viejos se desbarataron y en su lugar aparecieron unos nuevos.

Unos anteojos frescos que amplíen mirada y la hacen, a un tiempo, más suave y más aguda.

El libro de Wilkerson me permitió acercarme a un grupo humano que desconocía y, con respecto al cual, el libro mismo me hizo ver que yo tenía prejuicios sobre los que ni siquiera había reparado mayormente.

La lectura de Casta, más que una simple lectura, ha sido para mí una experiencia estética, intelectual y moral formidable.

En sus páginas descubrí partes oscuras y centrales de un país que creía conocer bastante. Si no lo conocen o no lo han leído, lean Casta y sumérjanse en experiencia memorable.

En otro tema, ya encarrerados, contaron con los votos, y dado que la ambición no tiene límites, los morenistas decidieron que aun cuando no venía en la iniciativa, también podrían disponer de otros 101 mil millones de pesos del Fondo de Salud para el Bienestar, que la SHCP dispusiera de ellos, supuestamente para regresarlos a salud. Ahí enloqueció el Pleno. Diputados tomaron la tribuna, hubo insultos y golpes. Y se decretó un receso. Son 169 los fideicomisos los que desaparecen.

El costo político es fuerte, pero más lo será el costo social que deja sin atención a miles de personas de grupos vulnerables.

Comisiones y fideicomisos al por mayor. Esto cambió con Miguel de la Madrid y finalmente Carlos Salinas de Gortari desapareció a muchos que no tenían utilidad social.

El fideicomiso se reguló y tiene como principal ventaja que atiende un solo objetivo y puede programar acciones en forma multianual, según la decisión del comité técnico y sus reglas de operación.

Conforme la lealtad ciega que AMLO pide a sus legisladores, la mayoría de Morena decidió apoyar la propuesta y hacerla realidad. AMLO, dice, usará esos recursos para comprar vacunas contra el Covid-19, que aún no está en el mercado. Lo cierto es que a AMLO no le alcanza el dinero para sus proyectos y se niega a abandonarlos, aun cuando sean poco viables.