/ lunes 16 de mayo de 2022

Fiscales: manos manchadas de sangre

Sentado en el Salón Juárez del Palacio de Gobierno, el ilustre tuxpeño Pericles Namorado Urrutia dijo adiós como procurador de Justicia con estas palabras y mostrando sus palmas:

Me voy sin las manos manchadas de sangre.

Corría el primer lustro de los 80 y Agustín Acosta Lagunes gobernaba, con claroscuros, Veracruz.

A don Agustín la historia lo registra como un gobernador austero en su persona (inolvidable aquella fotografía en la que apareció con un agujero en uno de sus zapatos) que hizo mucha obra, pero que permitió la violencia por parte de la banda que comandaba un primo suyo.

En aquella época escuchar el nombre de Felipe (El Indio) Lagunes Castillo era sinónimo de cacicazgo y muerte.

Controlaba, en una amplia zona del estado, el contrabando de mercancía diversa, lo que empezaba de narcóticos, los secuestros, el robo de automóviles, a porros, la cárcel del penal Allende y...el asesinato sobre pedido.

Vía sus sicarios, los que eran identificados como La Sonora Matancera (un juego de palabras con la Sonora Santanera, los músicos cubanos de La Matancera y en alusión a los muertos que iban dejando por todo Veracruz) le atribuyen numerosos asesinatos, entre ellos de políticos, rivales, jefes policiacos e incluso el de los Spinoso Foglia.

Si he mandado a matar ha sido a gente mala, declaró en una ocasión, frase que, se dice, precipitó su fin, pues se acercaba el fin de gobierno de su primo y había que dejar la casa limpia.

Pues bien, en esos años Pericles Namorado era procurador de Justicia, nombrado por el gobernador Acosta Lagunes y un buen día presentó su renuncia.

Unos afirman que renunció porque desaprobó que el gobernador despidiera a su jefe de la entonces Policía Judicial (hoy Ministerial), otros señalan que estaba cansado de lo que hacía el primo del Gobernador, sin que recibiera castigo.

La cuestión es que se fue (años después volvería a ser Procurador) expresando lo de que sus manos no estaban manchadas de sangre, declaración que cualquier otro timorato no se hubiera atrevido a hacer, pero sin armar un escándalo legal contra su jefe, cuestión que pudo haber realizado dado lo que sabía por su cargo y conocimientos jurídicos.

Y es así como llegamos a una parte muy importante de lo que es la procuración de justicia en México. Ni antes ni ahora, que se opera mediante fiscalías, el Poder Ejecutivo entrega esa área a un desconocido, por más buena fama que tenga como abogado. A lo más que se llega es a nombrar a un político no tan cercano, porque saben de la institucionalidad de estos.

Por dar unos ejemplos de esto, cito que Jorge Uscanga no era amigo del gobernador Fernando Gutiérrez Barrios, pero lo hizo procurador porque sabía que no atentaría en su contra. Fidel Herrera tuvo como primer procurador a quien lo ayudó a ganar la gubernatura, Emeterio López Márquez. Enrique Peña Nieto nombró como su primer procurador a Jesús Murillo Karam, parte de uno de los grupos que lo respaldó para acceder a la presidencia.

Claro que como en los últimos tiempos las leyes han puesto más candados a los gobernantes, estos han maniobrado para ubicar de fiscales a gente más cercxana, que, por un lado, sirvan para apretar a sus enemigos y, por otra, les cuiden las espaldas cuando ya no tengan el poder.

Duarte lo quiso hacer con su fiscal Luis Ángel Bravo Contreras, aunque de poco le sirvió, pues cuando hubo nuevo gobernador, Miguel Ángel Yunes, lo hizo renunciar y después hasta lo encarceló.

Por eso es muy difícil que un gobernador o presidente de la República no maniobre para que los congresos elijan a un fiscal que no sienta como cercano y hasta manipulable. De no ser así saben que corren riesgos.

Lo vemos hoy en Nuevo León (Gustavo Guerrero) y con el caso del Fiscal General de la República (Alejandro Gertz Manero). El primero porque no lo puso el joven Samuel García y ahora están en gran pleito, y al segundo sí lo propuso el presidente López Obrador, pero resultó un procurador de justicia con muchos problemas.

Y así estamos en México, con fiscales buenos para resolver asuntos y problemas generados desde el Poder Ejecutivo, pero no para procurar justicia a los mexicanos que cada vez padecen más feminicidios, desapariciones y asesinatos.

Sentado en el Salón Juárez del Palacio de Gobierno, el ilustre tuxpeño Pericles Namorado Urrutia dijo adiós como procurador de Justicia con estas palabras y mostrando sus palmas:

Me voy sin las manos manchadas de sangre.

Corría el primer lustro de los 80 y Agustín Acosta Lagunes gobernaba, con claroscuros, Veracruz.

A don Agustín la historia lo registra como un gobernador austero en su persona (inolvidable aquella fotografía en la que apareció con un agujero en uno de sus zapatos) que hizo mucha obra, pero que permitió la violencia por parte de la banda que comandaba un primo suyo.

En aquella época escuchar el nombre de Felipe (El Indio) Lagunes Castillo era sinónimo de cacicazgo y muerte.

Controlaba, en una amplia zona del estado, el contrabando de mercancía diversa, lo que empezaba de narcóticos, los secuestros, el robo de automóviles, a porros, la cárcel del penal Allende y...el asesinato sobre pedido.

Vía sus sicarios, los que eran identificados como La Sonora Matancera (un juego de palabras con la Sonora Santanera, los músicos cubanos de La Matancera y en alusión a los muertos que iban dejando por todo Veracruz) le atribuyen numerosos asesinatos, entre ellos de políticos, rivales, jefes policiacos e incluso el de los Spinoso Foglia.

Si he mandado a matar ha sido a gente mala, declaró en una ocasión, frase que, se dice, precipitó su fin, pues se acercaba el fin de gobierno de su primo y había que dejar la casa limpia.

Pues bien, en esos años Pericles Namorado era procurador de Justicia, nombrado por el gobernador Acosta Lagunes y un buen día presentó su renuncia.

Unos afirman que renunció porque desaprobó que el gobernador despidiera a su jefe de la entonces Policía Judicial (hoy Ministerial), otros señalan que estaba cansado de lo que hacía el primo del Gobernador, sin que recibiera castigo.

La cuestión es que se fue (años después volvería a ser Procurador) expresando lo de que sus manos no estaban manchadas de sangre, declaración que cualquier otro timorato no se hubiera atrevido a hacer, pero sin armar un escándalo legal contra su jefe, cuestión que pudo haber realizado dado lo que sabía por su cargo y conocimientos jurídicos.

Y es así como llegamos a una parte muy importante de lo que es la procuración de justicia en México. Ni antes ni ahora, que se opera mediante fiscalías, el Poder Ejecutivo entrega esa área a un desconocido, por más buena fama que tenga como abogado. A lo más que se llega es a nombrar a un político no tan cercano, porque saben de la institucionalidad de estos.

Por dar unos ejemplos de esto, cito que Jorge Uscanga no era amigo del gobernador Fernando Gutiérrez Barrios, pero lo hizo procurador porque sabía que no atentaría en su contra. Fidel Herrera tuvo como primer procurador a quien lo ayudó a ganar la gubernatura, Emeterio López Márquez. Enrique Peña Nieto nombró como su primer procurador a Jesús Murillo Karam, parte de uno de los grupos que lo respaldó para acceder a la presidencia.

Claro que como en los últimos tiempos las leyes han puesto más candados a los gobernantes, estos han maniobrado para ubicar de fiscales a gente más cercxana, que, por un lado, sirvan para apretar a sus enemigos y, por otra, les cuiden las espaldas cuando ya no tengan el poder.

Duarte lo quiso hacer con su fiscal Luis Ángel Bravo Contreras, aunque de poco le sirvió, pues cuando hubo nuevo gobernador, Miguel Ángel Yunes, lo hizo renunciar y después hasta lo encarceló.

Por eso es muy difícil que un gobernador o presidente de la República no maniobre para que los congresos elijan a un fiscal que no sienta como cercano y hasta manipulable. De no ser así saben que corren riesgos.

Lo vemos hoy en Nuevo León (Gustavo Guerrero) y con el caso del Fiscal General de la República (Alejandro Gertz Manero). El primero porque no lo puso el joven Samuel García y ahora están en gran pleito, y al segundo sí lo propuso el presidente López Obrador, pero resultó un procurador de justicia con muchos problemas.

Y así estamos en México, con fiscales buenos para resolver asuntos y problemas generados desde el Poder Ejecutivo, pero no para procurar justicia a los mexicanos que cada vez padecen más feminicidios, desapariciones y asesinatos.