/ miércoles 4 de mayo de 2022

Gobernabilidad: barruntos de tormenta

Lo afirmo y lo reitero constantemente. López Obrador ha cancelado cualquier espacio para empujar su agenda política en el Congreso. No hay forma que la oposición se siente a negociar otras "grandes" reformas.

Para quienes creemos en la democracia como sistema de pesos y contrapesos, el mes de abril deja un saldo positivo. Por una parte, se impuso un dique al voluntarismo presidencial y se cancela cualquier intento adicional para modificar la Constitución. Aunque podrá asfixiar presupuestariamente al INE con menores recursos, no habrá ya una reforma para demostrarlo o para elegir a sus consejeros por voto popular.

Por otro lado, la baja participación de la consulta revocatoria y el vacío que enfrentó el Ejecutivo federal para armar un pleito donde nunca lo hubo, contuvo una mayor polarización política y evitó cualquier tentación de revivir el tema de extender el mandato presidencial. Fue un round de sombra: el Presidente compitió contra sí mismo para ver cuántos electores los ratificaban.

Afortunadamente el resultado fue predecible y anticlimático y eso desactivó el melodrama que probablemente deseaba el Presidente cuando se legisló la consulta de revocación a fines de 2019: obtener un tanque de oxígeno para fortalecer su liderazgo político y empoderar su mandato.

El problema de tener el reflector puesto encima es que éste hace que se note y celebre cada éxito, pero también que se condene el más mínimo fracaso es el riesgo más grave de cara a la elección presidencial de 2024. De no haber sanciones firmes de todas las violaciones, el gobierno y su partido se quitarán los guantes en 2024 para hacer de aquella elección una pelea callejera: si no gano, arrebato.

Que haya iniciado el declive del poder significa el inicio del proceso de sucesión presidencial de forma pacífica e institucional. Como en el pasado, los presidentes civiles gozan primero de una luna de miel, luego ejercen el poder y, naturalmente, el ciclo sexenal erosiona su poder político conforme avanza la segunda mitad del mandato. Este no es un momento para demagogia sino para acciones concretas. La sociedad tiene que pasar del asiento de observador al protagonismo del actor. El liderazgo se demuestra en las crisis.

Aunque con López Obrador el proceso de erosión de su poder político será más lento y gradual por su popularidad y enormes mayorías en el Congreso, el proceso inevitablemente ha comenzado. La aceptabilidad de la derrota forma parte del actuar de los actores políticos, si es que son verdaderamente demócratas. En cambio son los no demócratas, los autócratas, los de vena fascista, los que no aceptan la pluralidad de ideas, la libre expresión, o el resultado de las mayorías cuando así sucede, les estorban los controles constitucionales, los contrapesos de los poderes, los órganos autónomos, vaya, ¡les estorba la ley! Y no me salgan que la ley es la ley.

La democracia no se puede centralizar en el absolutismo personalista, el "todos" que es la nación con su pluralidad, contrastes y diversidad forman el abanico democrático y debe persistir para seguir siendo una democracia en proceso, no regresión. Nadie puede reencarnar al proceso histórico democrático no pretender ser su redentor por más que habite en el Palacio. La democracia se escribe en plural, no en el singular que segrega, confronta, divide, polariza y tacha de "traidores a la patria" a los que con derecho, legitimidad, argumentos y libertad discrepan de la voz única del poder.

En el paisaje de retos está el anémico sistema de partidos que pinta una balcanización de un pluralismo que actúa como cuerpos herméticos a la ciudadanía. Con pocos liderazgos nuevos y diminutas plataformas para resolver los grandes retos nacionales, los partidos políticos no han estado a la altura de las circunstancias históricas. El cambio de estafetas de nuevas hegemonías han transitado del sistema priista a la voluntad unipersonal de un maxi presidencialismo que ni siquiera existió en tiempos del PRI.

El partido que nació en 1929 era un sistema de claroscuros. El tricolor gobernó sus propias estructuras orgánicas, posibilitó la oposición (la real como el PAN), y la simulada como diversos partidos satélites. A ese rosario se le debe sumar el reto de gobernar a las corrientes y grupos de interés de variopinta refugiados en Morena. Parece que más que la transición a la democracia, es la transición de hegemonías políticas con el paréntesis panista de dos sexenios en el poder.

Un ejemplo más de la balcanización partidaria tiene lugar en el Congreso. Se han aprobado decenas de presupuestos de egresos de la Federación. La mayoría por unanimidad o por claras mayorías, pero el debate del gran vacío fiscal sigue ausente desde que México aceleró su paso a una economía abierta. El tema fiscal es engorroso para ciudadanía y gobernantes, pero vital para el compromiso de saber cubrir necesidades legítimas de toda la ciudadanía. Pretender dispersar recursos sin control y equilibrios entre derechos y obligaciones, es fomentar clientelas políticas para despreciar ejercicio de la ciudadanía.

Por décadas hemos escuchado la trillada frase "la cobija no alcanza para todos", pero ninguna fuerza política tradicional o emergente o la combinación de ambas en virtud de que la oposición de hoy fue gobierno y el gobierno actual fue oposición, ha decidido discutir con seriedad y altura una reforma fiscal que rebase el mediocre promedio de recaudación. En lugar de ello, muchos creen que sumando reformas constitucionales se resuelven los problemas de la nación.

Al ganar en 2018 mayorías legislativas López Obrador encontró inmejorables condiciones para desmontar el aparato institucional desarrollado desde los 80, bueno, malo o insuficiente, esa es otra discusión. Aparte de oponerse al Presidente, no es claro qué futuro quieren, qué proponen, los opositores.

¿Quieren que los ricos paguen más impuestos? ¿Quieren el regreso de los soldados a los cuarteles? ¿Propondrán la civilización de la Guardia Nacional o su militarización plena? ¿Sí? ¿No? ¿Revisarán abusos legales en energéticos? ¿Qué van a proponer para Pemex y CFE? ¿Qué modelo de compra de medicinas pretenden? ¿Regresará el Seguro Popular? ¿Dejarán la ampliación de cobertura que se pretende del IMSS? ¿Propondrán subir aún más el salario mínimo? ¿Ahora sí respetarán, a diferencia de sus respectivos tiempos en Los Pinos, a la prensa?

Lo que falta es saber qué quieren en la acera de enfrente.

Lo afirmo y lo reitero constantemente. López Obrador ha cancelado cualquier espacio para empujar su agenda política en el Congreso. No hay forma que la oposición se siente a negociar otras "grandes" reformas.

Para quienes creemos en la democracia como sistema de pesos y contrapesos, el mes de abril deja un saldo positivo. Por una parte, se impuso un dique al voluntarismo presidencial y se cancela cualquier intento adicional para modificar la Constitución. Aunque podrá asfixiar presupuestariamente al INE con menores recursos, no habrá ya una reforma para demostrarlo o para elegir a sus consejeros por voto popular.

Por otro lado, la baja participación de la consulta revocatoria y el vacío que enfrentó el Ejecutivo federal para armar un pleito donde nunca lo hubo, contuvo una mayor polarización política y evitó cualquier tentación de revivir el tema de extender el mandato presidencial. Fue un round de sombra: el Presidente compitió contra sí mismo para ver cuántos electores los ratificaban.

Afortunadamente el resultado fue predecible y anticlimático y eso desactivó el melodrama que probablemente deseaba el Presidente cuando se legisló la consulta de revocación a fines de 2019: obtener un tanque de oxígeno para fortalecer su liderazgo político y empoderar su mandato.

El problema de tener el reflector puesto encima es que éste hace que se note y celebre cada éxito, pero también que se condene el más mínimo fracaso es el riesgo más grave de cara a la elección presidencial de 2024. De no haber sanciones firmes de todas las violaciones, el gobierno y su partido se quitarán los guantes en 2024 para hacer de aquella elección una pelea callejera: si no gano, arrebato.

Que haya iniciado el declive del poder significa el inicio del proceso de sucesión presidencial de forma pacífica e institucional. Como en el pasado, los presidentes civiles gozan primero de una luna de miel, luego ejercen el poder y, naturalmente, el ciclo sexenal erosiona su poder político conforme avanza la segunda mitad del mandato. Este no es un momento para demagogia sino para acciones concretas. La sociedad tiene que pasar del asiento de observador al protagonismo del actor. El liderazgo se demuestra en las crisis.

Aunque con López Obrador el proceso de erosión de su poder político será más lento y gradual por su popularidad y enormes mayorías en el Congreso, el proceso inevitablemente ha comenzado. La aceptabilidad de la derrota forma parte del actuar de los actores políticos, si es que son verdaderamente demócratas. En cambio son los no demócratas, los autócratas, los de vena fascista, los que no aceptan la pluralidad de ideas, la libre expresión, o el resultado de las mayorías cuando así sucede, les estorban los controles constitucionales, los contrapesos de los poderes, los órganos autónomos, vaya, ¡les estorba la ley! Y no me salgan que la ley es la ley.

La democracia no se puede centralizar en el absolutismo personalista, el "todos" que es la nación con su pluralidad, contrastes y diversidad forman el abanico democrático y debe persistir para seguir siendo una democracia en proceso, no regresión. Nadie puede reencarnar al proceso histórico democrático no pretender ser su redentor por más que habite en el Palacio. La democracia se escribe en plural, no en el singular que segrega, confronta, divide, polariza y tacha de "traidores a la patria" a los que con derecho, legitimidad, argumentos y libertad discrepan de la voz única del poder.

En el paisaje de retos está el anémico sistema de partidos que pinta una balcanización de un pluralismo que actúa como cuerpos herméticos a la ciudadanía. Con pocos liderazgos nuevos y diminutas plataformas para resolver los grandes retos nacionales, los partidos políticos no han estado a la altura de las circunstancias históricas. El cambio de estafetas de nuevas hegemonías han transitado del sistema priista a la voluntad unipersonal de un maxi presidencialismo que ni siquiera existió en tiempos del PRI.

El partido que nació en 1929 era un sistema de claroscuros. El tricolor gobernó sus propias estructuras orgánicas, posibilitó la oposición (la real como el PAN), y la simulada como diversos partidos satélites. A ese rosario se le debe sumar el reto de gobernar a las corrientes y grupos de interés de variopinta refugiados en Morena. Parece que más que la transición a la democracia, es la transición de hegemonías políticas con el paréntesis panista de dos sexenios en el poder.

Un ejemplo más de la balcanización partidaria tiene lugar en el Congreso. Se han aprobado decenas de presupuestos de egresos de la Federación. La mayoría por unanimidad o por claras mayorías, pero el debate del gran vacío fiscal sigue ausente desde que México aceleró su paso a una economía abierta. El tema fiscal es engorroso para ciudadanía y gobernantes, pero vital para el compromiso de saber cubrir necesidades legítimas de toda la ciudadanía. Pretender dispersar recursos sin control y equilibrios entre derechos y obligaciones, es fomentar clientelas políticas para despreciar ejercicio de la ciudadanía.

Por décadas hemos escuchado la trillada frase "la cobija no alcanza para todos", pero ninguna fuerza política tradicional o emergente o la combinación de ambas en virtud de que la oposición de hoy fue gobierno y el gobierno actual fue oposición, ha decidido discutir con seriedad y altura una reforma fiscal que rebase el mediocre promedio de recaudación. En lugar de ello, muchos creen que sumando reformas constitucionales se resuelven los problemas de la nación.

Al ganar en 2018 mayorías legislativas López Obrador encontró inmejorables condiciones para desmontar el aparato institucional desarrollado desde los 80, bueno, malo o insuficiente, esa es otra discusión. Aparte de oponerse al Presidente, no es claro qué futuro quieren, qué proponen, los opositores.

¿Quieren que los ricos paguen más impuestos? ¿Quieren el regreso de los soldados a los cuarteles? ¿Propondrán la civilización de la Guardia Nacional o su militarización plena? ¿Sí? ¿No? ¿Revisarán abusos legales en energéticos? ¿Qué van a proponer para Pemex y CFE? ¿Qué modelo de compra de medicinas pretenden? ¿Regresará el Seguro Popular? ¿Dejarán la ampliación de cobertura que se pretende del IMSS? ¿Propondrán subir aún más el salario mínimo? ¿Ahora sí respetarán, a diferencia de sus respectivos tiempos en Los Pinos, a la prensa?

Lo que falta es saber qué quieren en la acera de enfrente.