/ miércoles 14 de octubre de 2020

Las megaculturas

Siguiendo la idea de los comentarios de la semana pasada, Yuval Noah Harari (“De animales a dioses”, Ramdom house, México, 2019, pp. 185-195) afirma que las culturas humanas se hallan en un flujo constante. Creo que lo propio de hoy es la diversidad, el intercambio constante que influye sobre las costumbres y las tradiciones de los pueblos, los valores que por años han alimentado e identificado a los grupos humanos, la religión, la forma de concebir y pensar las ideas, etcétera. Época de la “multi” y la “inter” culturalidad que coexiste en el mundo.

Dice Yuval que a lo largo de los milenios, las culturas pequeñas y sencillas se conglutinan gradualmente en civilizaciones mayores y más complejas, de manera que el mundo contiene cada vez menos megaculturas, cada una de las cuales es mayor y más compleja.

La mejor manera de apreciar la dirección general de la historia es contar el número de mundos humanos separados que coexistieron en cualquier momento dado en el planeta Tierra. Hoy en día estamos acostumbrados a pensar en el planeta entero como una unidad, pero durante la mayor parte de la historia humana era en realidad una galaxia entera de mundos aislados.

Entre 1455 y 1492, varios historiadores (Yuval Noah y Cyril Aydon, entre otros) consideran que su número se redujo de manera todavía más drástica a lo que era el mundo euroasiático-africano. A lo largo de los 300 años siguientes, especialmente Europa engulló a todos los demás mundos. Se adjudicó el mundo mesoamericano en 1521 y más tarde el andino. Por la misma época, Magallanes circunnavegó el mundo oceánico.

Los primeros europeos desembarcaron en el continente australiano en 1606, y aquel mundo prístino llegó a su fin cuando empezó de veras la colonización británica en 1788. Quince años después, los británicos establecieron su primera colonia en Tasmania, con lo que pusieron al último mundo humano autónomo dentro de la esfera de influencia europea.

El gigante euroasiático tardó varios siglos en digerir todo lo que había engullido, pero el proceso fue irreversible. Hoy en día, casi todos los humanos comparten el mismo sistema geopolítico (todo el planeta está dividido en estados reconocidos internacionalmente); el mismo sistema económico (las fuerzas capitalistas del mercado modelan incluso los rincones más remotos del planeta); el mismo sistema legal (los derechos humanos y la ley internacional son válidos en todas partes, al menos teóricamente), y el mismo sistema científico (expertos en Irán, Israel, Australia y Argentina tienen exactamente la misma opinión acerca de la estructura de los átomos o el tratamiento de las enfermedades).

Desde una perspectiva práctica, la fase más importante en el proceso de unificación global tuvo lugar en los últimos siglos, cuando los imperios crecieron y el comercio se intensificó. Entre las gentes de Europa, África, Asia, América y Oceanía se establecieron lazos cada vez más estrechos. A lo largo de los últimos siglos, todas las culturas cambiaron hasta hacerse prácticamente irreconocibles por un aluvión de influencias globales. Desde el siglo pasado, las tecnologías de la información y la comunicación han contribuido en gran escala.

gnietoa@hotmail.com

Siguiendo la idea de los comentarios de la semana pasada, Yuval Noah Harari (“De animales a dioses”, Ramdom house, México, 2019, pp. 185-195) afirma que las culturas humanas se hallan en un flujo constante. Creo que lo propio de hoy es la diversidad, el intercambio constante que influye sobre las costumbres y las tradiciones de los pueblos, los valores que por años han alimentado e identificado a los grupos humanos, la religión, la forma de concebir y pensar las ideas, etcétera. Época de la “multi” y la “inter” culturalidad que coexiste en el mundo.

Dice Yuval que a lo largo de los milenios, las culturas pequeñas y sencillas se conglutinan gradualmente en civilizaciones mayores y más complejas, de manera que el mundo contiene cada vez menos megaculturas, cada una de las cuales es mayor y más compleja.

La mejor manera de apreciar la dirección general de la historia es contar el número de mundos humanos separados que coexistieron en cualquier momento dado en el planeta Tierra. Hoy en día estamos acostumbrados a pensar en el planeta entero como una unidad, pero durante la mayor parte de la historia humana era en realidad una galaxia entera de mundos aislados.

Entre 1455 y 1492, varios historiadores (Yuval Noah y Cyril Aydon, entre otros) consideran que su número se redujo de manera todavía más drástica a lo que era el mundo euroasiático-africano. A lo largo de los 300 años siguientes, especialmente Europa engulló a todos los demás mundos. Se adjudicó el mundo mesoamericano en 1521 y más tarde el andino. Por la misma época, Magallanes circunnavegó el mundo oceánico.

Los primeros europeos desembarcaron en el continente australiano en 1606, y aquel mundo prístino llegó a su fin cuando empezó de veras la colonización británica en 1788. Quince años después, los británicos establecieron su primera colonia en Tasmania, con lo que pusieron al último mundo humano autónomo dentro de la esfera de influencia europea.

El gigante euroasiático tardó varios siglos en digerir todo lo que había engullido, pero el proceso fue irreversible. Hoy en día, casi todos los humanos comparten el mismo sistema geopolítico (todo el planeta está dividido en estados reconocidos internacionalmente); el mismo sistema económico (las fuerzas capitalistas del mercado modelan incluso los rincones más remotos del planeta); el mismo sistema legal (los derechos humanos y la ley internacional son válidos en todas partes, al menos teóricamente), y el mismo sistema científico (expertos en Irán, Israel, Australia y Argentina tienen exactamente la misma opinión acerca de la estructura de los átomos o el tratamiento de las enfermedades).

Desde una perspectiva práctica, la fase más importante en el proceso de unificación global tuvo lugar en los últimos siglos, cuando los imperios crecieron y el comercio se intensificó. Entre las gentes de Europa, África, Asia, América y Oceanía se establecieron lazos cada vez más estrechos. A lo largo de los últimos siglos, todas las culturas cambiaron hasta hacerse prácticamente irreconocibles por un aluvión de influencias globales. Desde el siglo pasado, las tecnologías de la información y la comunicación han contribuido en gran escala.

gnietoa@hotmail.com