/ martes 8 de septiembre de 2020

Tiempo de la eutanasia

La vida ha de tener un tope. El día cuando la vida productiva termina...

Pero más aún, el día cuando se vive enfermo. Más, cuando ninguna esperanza existe de recuperarse y únicamente suele esperarse la muerte.

Es el tiempo, sería el tiempo de la Eutanasia, así, con mayúscula, palabras mayores. Ningún caso tiene estar viejo y enfermo estorbando la vida familiar. Una inyección basta y sobra para irse, Y en paz, sin remordimientos ni sobresaltos.

La vida por eso mismo es sabia. Tiempo de la juventud, tiempo de la impetuosidad. Tiempo de la vejez, tiempo del reposo.

Y tiempo, también, endurecido por los males y achaques. Más cuando han enfermedades sin cura, como por ejemplo, el Alzheimer, el Parkinson, la depresión, el cáncer, la próstata, y en donde, y por lo general, el anciano y la familia solo esperan el momento de la muerte.

Ninguna razón existe para andar dando lástima. Y volverse una persona incómoda. Más, cuando la persona resulta insuficiente para sostenerse y atenderse a sí mismo y depende de otros, los demás, para sobrevivir.

Si todos los días la vida es un infierno con el cáncer y la próstata y el Alzheimer, entonces, ningún sentido hay para hacerse tonto con el pago de la consulta médica y la compra de medicinas y hasta el hospital pues la muerte es inminente. La mejor filosofía es ayudar a bien morir, el único camino digno. Y si los principios religiosos rezan que Dios dio la vida y Dios la quita, y si la autoridad médica establece un permiso para aplicar la Eutanasia, allá ellos y sus buenas conciencias, si la persona enferma, todavía consciente, pero achicada su calidad de vida, nada como irse por voluntad propia.

Cada quien su vida, pero con muchísima frecuencia, los ancianos se vuelven personas incómodas. La familia primigenia desea, por ejemplo, su muerte.

Más, cuando los hijos, los primeros corresponsables, digamos, siempre anteponen peros para la atención a los padres. Que tienen mucho trabajo. Que andan escasos de fondos. Que lo sienten, pero no tienen recursos para apoyar en la compra de medicinas ni menos para el pago de una enfermera. Ni tampoco para unos días en el hospital. De los doscientos países en el mundo, aprox., solo en Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Canadá y Colombia aprueban la Eutanasia y el suicidio asistido.

En México, el artículo 166 Bis 21 de la Ley General de Salud la prohíbe, y ni siquiera, vaya, la contempla por misericordia.

Pero allá las buenas conciencias, pues, y como en el caso de Veracruz, a cada rato hay suicidios y sin permiso oficial. Es, sería el mismo caso si un enfermo se decidiera por la Eutanasia, y que de algún modo, lleva a la penalización del aborto en un Veracruz en el primer lugar nacional con adolescentes embarazadas y en abortos clandestinos.

La vida ha de tener un tope. El día cuando la vida productiva termina...

Pero más aún, el día cuando se vive enfermo. Más, cuando ninguna esperanza existe de recuperarse y únicamente suele esperarse la muerte.

Es el tiempo, sería el tiempo de la Eutanasia, así, con mayúscula, palabras mayores. Ningún caso tiene estar viejo y enfermo estorbando la vida familiar. Una inyección basta y sobra para irse, Y en paz, sin remordimientos ni sobresaltos.

La vida por eso mismo es sabia. Tiempo de la juventud, tiempo de la impetuosidad. Tiempo de la vejez, tiempo del reposo.

Y tiempo, también, endurecido por los males y achaques. Más cuando han enfermedades sin cura, como por ejemplo, el Alzheimer, el Parkinson, la depresión, el cáncer, la próstata, y en donde, y por lo general, el anciano y la familia solo esperan el momento de la muerte.

Ninguna razón existe para andar dando lástima. Y volverse una persona incómoda. Más, cuando la persona resulta insuficiente para sostenerse y atenderse a sí mismo y depende de otros, los demás, para sobrevivir.

Si todos los días la vida es un infierno con el cáncer y la próstata y el Alzheimer, entonces, ningún sentido hay para hacerse tonto con el pago de la consulta médica y la compra de medicinas y hasta el hospital pues la muerte es inminente. La mejor filosofía es ayudar a bien morir, el único camino digno. Y si los principios religiosos rezan que Dios dio la vida y Dios la quita, y si la autoridad médica establece un permiso para aplicar la Eutanasia, allá ellos y sus buenas conciencias, si la persona enferma, todavía consciente, pero achicada su calidad de vida, nada como irse por voluntad propia.

Cada quien su vida, pero con muchísima frecuencia, los ancianos se vuelven personas incómodas. La familia primigenia desea, por ejemplo, su muerte.

Más, cuando los hijos, los primeros corresponsables, digamos, siempre anteponen peros para la atención a los padres. Que tienen mucho trabajo. Que andan escasos de fondos. Que lo sienten, pero no tienen recursos para apoyar en la compra de medicinas ni menos para el pago de una enfermera. Ni tampoco para unos días en el hospital. De los doscientos países en el mundo, aprox., solo en Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Canadá y Colombia aprueban la Eutanasia y el suicidio asistido.

En México, el artículo 166 Bis 21 de la Ley General de Salud la prohíbe, y ni siquiera, vaya, la contempla por misericordia.

Pero allá las buenas conciencias, pues, y como en el caso de Veracruz, a cada rato hay suicidios y sin permiso oficial. Es, sería el mismo caso si un enfermo se decidiera por la Eutanasia, y que de algún modo, lleva a la penalización del aborto en un Veracruz en el primer lugar nacional con adolescentes embarazadas y en abortos clandestinos.

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