/ jueves 7 de julio de 2022

Uno para todos y todos para uno

Algo está roto en nuestra sociedad. Claro, no es de hoy. Los relatos más antiguos hablan de que el hombre siempre ha sido peor que lobo para el hombre. Llevamos en nuestra naturaleza el deseo de avasallar, de pasar por encima del otro, pero también el de amar al de junto, al compañero o compañera de historia, como lo refiere ese hallazgo de hace algunos años de arqueólogos que descubrieron restos de una pareja abrazada, enterrada hace unos 5 mil años.

El hallazgo fue en Mantua (Italia), refirió un diario madrileño en 2007. Los cuerpos fueron enterrados entre 5 mil y 6 mil años y estaban unidos en un abrazo. “Es un caso extraordinario”, dijo al cotidiano Elena Menotti, la especialista que dirigió la exploración. “No hay precedentes de un entierro doble datado en el Neolítico, y mucho menos de dos personas abrazándose; y éstos se están abrazando de verdad”, aseveró.

A pesar de la violencia primigenia, nuestra sociedad ha dado grandes pasos en pro de la convivencia y la paz social, pero de pronto algo pasa en México y junto a la polarización política, esta violencia se agudiza, en contra de nuestro bienestar y desarrollo. Hace algunos días, el Papa Francisco hizo un llamado a “coser”, a hilvanar, a reconstruir el tejido social, tan dañado por la violencia y la polarización.

Sus palabras me recordaron a Albino Luciani —Juan Pablo I— en esas maravillosas cartas que hicieron el libro Ilustrísimos Señores. Ahí, si la memoria no me falla, porque no tengo el ejemplar a la mano, dice que vivimos en un mundo tan convulso —era el inicio de los años 70— que la consigna debía ser “todos para uno y uno para todos”, fijándonos más en lo que nos une que en lo que nos divide.

Creo que ahí está la clave de la reconstrucción del tejido social. Tenemos que empezar a tejer alrededor de las cosas que nos unen. Las diferencias siempre van a existir, porque, me decía un viejo maestros, somos únicos e irrepetibles, así que cada quien tiene un pensamiento particular, una perspectiva, una visión caleidoscópica de las cosas. Pero tenemos que fijarnos, atender y poner el acento en lo que nos une y no en lo que nos divide.

Hace unos días, el padre José Manuel Suazo me compartió una carta de monseñor Jorge Carlos Patrón Wong. Ahí el prelado metropolitano de Xalapa decía poéticamente, citando a la madre Teresa de Calcuta, que a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota. “Llegamos a sentir frente al tamaño del desafío, frente a la violencia generalizada, la imposición de la cultura de género, el ambiente de polarización social y la colonización cultural que están vaciando no sólo de espiritualidad sino también de racionalidad la vida del mundo de hoy”.

Y el pasado 4 de julio, con motivo del asesinato de un par de sacerdotes jesuitas, la Conferencia del Episcopado Mexicano señalaba que “los asesinatos y desapariciones que diariamente se cometen en el país son un llamado de Dios a unirnos para pedir por la paz. La sangre derramada de estos hermanos y hermanas es la sangre de Jesús que cae a la tierra para hacerla fértil y emprender un camino por la paz”.

Nos vemos los jueves.

valeramk@hotmail.com

Algo está roto en nuestra sociedad. Claro, no es de hoy. Los relatos más antiguos hablan de que el hombre siempre ha sido peor que lobo para el hombre. Llevamos en nuestra naturaleza el deseo de avasallar, de pasar por encima del otro, pero también el de amar al de junto, al compañero o compañera de historia, como lo refiere ese hallazgo de hace algunos años de arqueólogos que descubrieron restos de una pareja abrazada, enterrada hace unos 5 mil años.

El hallazgo fue en Mantua (Italia), refirió un diario madrileño en 2007. Los cuerpos fueron enterrados entre 5 mil y 6 mil años y estaban unidos en un abrazo. “Es un caso extraordinario”, dijo al cotidiano Elena Menotti, la especialista que dirigió la exploración. “No hay precedentes de un entierro doble datado en el Neolítico, y mucho menos de dos personas abrazándose; y éstos se están abrazando de verdad”, aseveró.

A pesar de la violencia primigenia, nuestra sociedad ha dado grandes pasos en pro de la convivencia y la paz social, pero de pronto algo pasa en México y junto a la polarización política, esta violencia se agudiza, en contra de nuestro bienestar y desarrollo. Hace algunos días, el Papa Francisco hizo un llamado a “coser”, a hilvanar, a reconstruir el tejido social, tan dañado por la violencia y la polarización.

Sus palabras me recordaron a Albino Luciani —Juan Pablo I— en esas maravillosas cartas que hicieron el libro Ilustrísimos Señores. Ahí, si la memoria no me falla, porque no tengo el ejemplar a la mano, dice que vivimos en un mundo tan convulso —era el inicio de los años 70— que la consigna debía ser “todos para uno y uno para todos”, fijándonos más en lo que nos une que en lo que nos divide.

Creo que ahí está la clave de la reconstrucción del tejido social. Tenemos que empezar a tejer alrededor de las cosas que nos unen. Las diferencias siempre van a existir, porque, me decía un viejo maestros, somos únicos e irrepetibles, así que cada quien tiene un pensamiento particular, una perspectiva, una visión caleidoscópica de las cosas. Pero tenemos que fijarnos, atender y poner el acento en lo que nos une y no en lo que nos divide.

Hace unos días, el padre José Manuel Suazo me compartió una carta de monseñor Jorge Carlos Patrón Wong. Ahí el prelado metropolitano de Xalapa decía poéticamente, citando a la madre Teresa de Calcuta, que a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota. “Llegamos a sentir frente al tamaño del desafío, frente a la violencia generalizada, la imposición de la cultura de género, el ambiente de polarización social y la colonización cultural que están vaciando no sólo de espiritualidad sino también de racionalidad la vida del mundo de hoy”.

Y el pasado 4 de julio, con motivo del asesinato de un par de sacerdotes jesuitas, la Conferencia del Episcopado Mexicano señalaba que “los asesinatos y desapariciones que diariamente se cometen en el país son un llamado de Dios a unirnos para pedir por la paz. La sangre derramada de estos hermanos y hermanas es la sangre de Jesús que cae a la tierra para hacerla fértil y emprender un camino por la paz”.

Nos vemos los jueves.

valeramk@hotmail.com

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