Con la presentación del sexto y último informe de gobierno, ayer concluyó lo que, paradójicamente, nunca dio inicio: el gobierno de Cuitláhuac García. Se trató acaso del efímero periodo de prosperidad de una horda de mediocres e ignorantes con poder.
Hace seis años, el fenómeno electoral de López Obrador arrastró a un simpatizante y repartidor de panfletos, un porro sin ideología, sin ninguna formación política ni experiencia en la administración pública, a ocupar uno de los cargos más importantes del país: gobernador de Veracruz.
Y entonces Cuitláhuac se encomendó a la virtud divina del tlatoani. Creyó que ganar una elección convertiría al ignorante en sabio y al patán en virtuoso, como escribió Burke.
Con él llegaron quienes ayer lo aplaudían a rabiar, invadidos por la riqueza, el cinismo y la nostalgia. Improvisados aprendices que nunca entendieron de economía, derecho o administración, tampoco de derechos humanos y seguridad.
Una pléyade de arrogantes que quisieron decidir desde su ignorancia infinita, cómo organizar al Congreso local y el Poder Judicial, a los órganos autónomos, y por supuesto, los sectores productivos y financieros de una de las economías más importantes del país.
Que quisieron decidir sobre la vida de las personas, mediante el fracaso brutal en la prestación de los servicios de salud y la seguridad pública; o de manera descarada a través de la persecución política y judicial.
Pensaron que el poder servía para dos cosas: para enriquecerse impunemente y para tomar venganza de sus adversarios, reales o imaginarios, convencidos de que el “pueblo bueno” les había otorgado ese poder.
Hoy quizá encajen más con lo que escribió Curzio Malaparte en El gran imbécil dedicado a Mussolini: no tienen pudor y alardean de su ignorancia.
Eso fue lo que sucedió ayer precisamente, en medio de una ceremonia marcada por la ilegalidad, el desprecio a la ley y la subordinación de los poderes.
La fracción XXI del artículo 49 de la Constitución del Estado de Veracruz señala entre las atribuciones del Gobernador del Estado, cito: “Presentar ante el Congreso del Estado, el 15 de noviembre de cada año, un informe escrito acerca del estado que guarda la administración pública.”
Entonces, lo de ayer no fue un informe de gobierno, sino una ocurrencia dominical, marcada por la urgencia de entregar el cargo para conseguir una chamba de escaso plumaje en el gobierno federal o en el anonimato del servicio exterior.
Tal vez por ello, Cuitláhuac tuvo que soportar la orfandad presidencial y de quien le sucederá en el cargo.
Lo de ayer fue un catálogo de cifras maquilladas, de logros sólo alcanzados en la imaginación y los libelos de su gabinete. El dinero que encontrará en caja la próxima gobernadora no será producto de ahorros sino de los habituales subejercicios.
El sexto y último informe de gobierno de Cuitláhuac García confirmó lo que él mismo reconoció desde antes de llegar al palacio de gobierno: nunca tuvo la intención de ser gobernador, no se preparó para ello y no conocía el estado ni sus problemas, por lo que su administración resultó la vergonzosa administración de una franquicia otorgada por el capricho del presidente.
De la realidad de las cifras hablaremos en la próxima entrega…