/ lunes 14 de febrero de 2022

65 años desde el primer beso y siguen enamorados

El 8 de noviembre, fecha que marcó el inicio de una vida donde ha habido amor, satisfacciones, crecimiento mutuo y alegrías

Chapultepec, uno de los bosques urbanos más antiguos de Latinoamérica, Jorge Hernández Ochoa e Irma Quiñones Preciado iniciaron un noviazgo que se ha extendido por 65 años. Aún están frescos los recuerdos de aquel 6 de enero de 1957, cuando se vieron en un día soleado para darse su primer beso y caminar a la sombra de los ahuehuetes.

Irma, inquieta, alegre y previsora, compró antes dos manzanas para compartirlas con el abogado, a quien veía como un joven culto, respetuoso, muy humano y con valores similares a los suyos. Lo había tratado ya al desempeñarse como secretaria en la notaría de don Josafat Hernández Yslas, quien se convertiría después en su suegro.

Y es que tras casi dos años de novios, tomaron la decisión de casarse, primero por el civil, el 22 de octubre de 1958, y después por la iglesia católica, el 8 de noviembre, fecha que marcó el inicio de una vida donde ha habido amor, satisfacciones, crecimiento mutuo y alegrías, pero también fricciones, momentos de angustia, resolución de problemas, enfermedad y la pérdida de dos hijos, sucesos que los unieron aún más.

En 2022, cuando Irma y Jorge tienen 63 años de matrimonio, coinciden en que el amor se transforma, se construye y reconstruye día a día y pasa por distintas etapas, sin embargo, hay algo inalterable, el respeto y el deseo de seguir compartiendo la vida, ahora que ella tiene 81 años y él, 90.

Al hacer una retrospectiva de su vida en pareja, primero en la Ciudad de México y después en Xalapa, donde actualmente radican, mencionan la importancia de saberse diferentes, aceptarse y adaptarse, pues el enamoramiento inicial se diluye para dar paso a un amor maduro, donde ya no se idealiza a la otra persona sino que se le conoce y es posible ver los defectos.

“Surge entonces el amor real y firme, el razonado, el que da valor a lo importante, el que da tranquilidad y da paso a la armonía y la ternura, al deseo de que la otra persona esté bien”, dice Irma en entrevista, quien difiere de la idea de que provenir de padres separados puede influir en cómo se perciben las relaciones de pareja. “¡Sí se puede tener matrimonios sanos! ¡Sí se pudo en nuestro caso!”, dice emocionada.

“¡Extraordinario! Vivir al lado de alguien que te quiere, te escucha, te apoya y forma contigo una familia es extraordinario”, expresa el abogado, quien comparte con su esposa el gusto por la lectura, la música y las películas de la época de oro del cine mexicano, tanto como su afecto por cultivar buenas y perdurables amistades.

Irma y Jorge son padres de Jorge Alejandro, María de Lourdes y Luis Rodrigo, así como abuelos de cinco nietos. Ellos son, además de su descendencia, una de sus grandes escuelas, y es que aseguran que con su llegada han aprendido más de lo imaginable.

Aceptan que los hijos restan tiempo a la vida de pareja, pero a cambio crean un poderoso lazo y dan la oportunidad de experimentar momentos de dicha y de celebración conjunta, pero también de preocupaciones y hasta problemas que hacen encender los focos rojos de alarma.

“Después se entiende que esa es la vida. No todo es calma, no todo es fácil”, expresa Irma, quien asegura que a los 50 años comenzó otra fase equiparable al noviazgo, pero ahora maduro. Ya con los hijos construyendo sus propias familias, empezó una etapa que ella dice disfrutar mucho hasta el día hoy, pese a la pandemia por Covid-19.

“Nos hemos adaptado. Jugamos dominó, platicamos mucho, buscamos en qué entretenernos… Pensamos que sería muy difícil porque lo primero que dejamos fueron nuestras caminatas diarias, pero no, estamos bien, cuidándonos día a día”.

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En la crisis sanitaria, don Jorge presenta un ligero deterioro de salud, a pesar de ello, tiene la suficiente lucidez para declarar que lo más bello para él es la sonrisa de Irma y reconoce en ella a una mujer trabajadora, fuerte, sensible, bondadosa.

“La familia siempre por adelante. Nadie toca a la familia. La familia es primero y lo único”, dice, en tanto Irma revela finalmente uno de los tantos secretos para sostener una relación sana.

Además de declarar una profunda admiración hacia el hombre con quien pasa sus días, hace referencia al poeta Khalil Gibran: “Sed como lo pilares del templo, portando el mismo techo pero cada uno con su independencia”.

Nota publicada originalmente en Diario de Xalapa

Chapultepec, uno de los bosques urbanos más antiguos de Latinoamérica, Jorge Hernández Ochoa e Irma Quiñones Preciado iniciaron un noviazgo que se ha extendido por 65 años. Aún están frescos los recuerdos de aquel 6 de enero de 1957, cuando se vieron en un día soleado para darse su primer beso y caminar a la sombra de los ahuehuetes.

Irma, inquieta, alegre y previsora, compró antes dos manzanas para compartirlas con el abogado, a quien veía como un joven culto, respetuoso, muy humano y con valores similares a los suyos. Lo había tratado ya al desempeñarse como secretaria en la notaría de don Josafat Hernández Yslas, quien se convertiría después en su suegro.

Y es que tras casi dos años de novios, tomaron la decisión de casarse, primero por el civil, el 22 de octubre de 1958, y después por la iglesia católica, el 8 de noviembre, fecha que marcó el inicio de una vida donde ha habido amor, satisfacciones, crecimiento mutuo y alegrías, pero también fricciones, momentos de angustia, resolución de problemas, enfermedad y la pérdida de dos hijos, sucesos que los unieron aún más.

En 2022, cuando Irma y Jorge tienen 63 años de matrimonio, coinciden en que el amor se transforma, se construye y reconstruye día a día y pasa por distintas etapas, sin embargo, hay algo inalterable, el respeto y el deseo de seguir compartiendo la vida, ahora que ella tiene 81 años y él, 90.

Al hacer una retrospectiva de su vida en pareja, primero en la Ciudad de México y después en Xalapa, donde actualmente radican, mencionan la importancia de saberse diferentes, aceptarse y adaptarse, pues el enamoramiento inicial se diluye para dar paso a un amor maduro, donde ya no se idealiza a la otra persona sino que se le conoce y es posible ver los defectos.

“Surge entonces el amor real y firme, el razonado, el que da valor a lo importante, el que da tranquilidad y da paso a la armonía y la ternura, al deseo de que la otra persona esté bien”, dice Irma en entrevista, quien difiere de la idea de que provenir de padres separados puede influir en cómo se perciben las relaciones de pareja. “¡Sí se puede tener matrimonios sanos! ¡Sí se pudo en nuestro caso!”, dice emocionada.

“¡Extraordinario! Vivir al lado de alguien que te quiere, te escucha, te apoya y forma contigo una familia es extraordinario”, expresa el abogado, quien comparte con su esposa el gusto por la lectura, la música y las películas de la época de oro del cine mexicano, tanto como su afecto por cultivar buenas y perdurables amistades.

Irma y Jorge son padres de Jorge Alejandro, María de Lourdes y Luis Rodrigo, así como abuelos de cinco nietos. Ellos son, además de su descendencia, una de sus grandes escuelas, y es que aseguran que con su llegada han aprendido más de lo imaginable.

Aceptan que los hijos restan tiempo a la vida de pareja, pero a cambio crean un poderoso lazo y dan la oportunidad de experimentar momentos de dicha y de celebración conjunta, pero también de preocupaciones y hasta problemas que hacen encender los focos rojos de alarma.

“Después se entiende que esa es la vida. No todo es calma, no todo es fácil”, expresa Irma, quien asegura que a los 50 años comenzó otra fase equiparable al noviazgo, pero ahora maduro. Ya con los hijos construyendo sus propias familias, empezó una etapa que ella dice disfrutar mucho hasta el día hoy, pese a la pandemia por Covid-19.

“Nos hemos adaptado. Jugamos dominó, platicamos mucho, buscamos en qué entretenernos… Pensamos que sería muy difícil porque lo primero que dejamos fueron nuestras caminatas diarias, pero no, estamos bien, cuidándonos día a día”.

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En la crisis sanitaria, don Jorge presenta un ligero deterioro de salud, a pesar de ello, tiene la suficiente lucidez para declarar que lo más bello para él es la sonrisa de Irma y reconoce en ella a una mujer trabajadora, fuerte, sensible, bondadosa.

“La familia siempre por adelante. Nadie toca a la familia. La familia es primero y lo único”, dice, en tanto Irma revela finalmente uno de los tantos secretos para sostener una relación sana.

Además de declarar una profunda admiración hacia el hombre con quien pasa sus días, hace referencia al poeta Khalil Gibran: “Sed como lo pilares del templo, portando el mismo techo pero cada uno con su independencia”.

Nota publicada originalmente en Diario de Xalapa

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