/ sábado 23 de marzo de 2019

Niños y niñas continúan tradición como voladores de Papantla

En los últimos años ha habido un incremento en el número de niñas y adolescentes que se acercan con el interés de aprender a volar

Papantla, Ver.- “Cuando vas volando sientes el aire en tu cara y los listones del traje sobre ti. Es muy emocionante y te llena de alegría”, asegura Saraí Morales García, de 12 años de edad, quien ha desafiado a un espacio considerado como masculino convirtiéndose en una Voladora de Papantla.

Con su madre entre el público y su padre dirigiendo la danza ancestral, Saraí se prepara para realizar su tercer vuelo oficial con la altura reglamentaria. Sin embargo, para llegar a este punto tuvo que practicar y trabajar durante tres años, tanto en el piso como en réplicas del palo volador que van desde los 3 hasta los 7 metros.

Con el cabello recogido y el traje no hay diferencia entre Saraí y sus compañeros. Sube al palo con el mismo aplomo y se lanza al vacío para “volar” durante poco más de dos minutos. Pero a diferencia de los otros pequeños —cuyas edades van de los 5 a los 14 años—, para la adolescente no fue fácil convencer a sus padres de iniciar con el entrenamiento, ya que se considera una danza masculina que los totonacas hacen para agradar a la madre tierra.

“Mi mamá no quería porque le daba muchos nervios, de hecho el primer día que me aventé estaba temblando. Y mi papá al principio no quería, pero le insistí porque yo lo veía a él y a mi hermano, que los dos son voladores, y me daban ganas de imitarlos”, compartió Saraí.

Ante la insistencia, sus padres cedieron a la petición de la menor y la dejaron aprender el ritual sagrado; ahora es una de las cinco niñas que entrenan en la colonia Lizardi, en donde su papá da clases no sólo de la danza, sino también de totonaco y bordado de los trajes típicos a niños y niñas. “Ahora mi papá ha estado metiendo niñas para volar. Conmigo somos cuatro ya las que vamos a entrenar y las que volamos. Aún somos poquitas, pero es que a muchas les da miedo la altura o no las dejan”.

AXEL, EL MÁS PEQUEÑO

Con apenas 5 años de edad, Axel Javier Hernández González es el volador más pequeño. Su corta estatura llama la atención en cuanto inicia el ritual que fue reconocido en 2009 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Con su traje impecable, ejecuta los pasos que conoce a la perfección ya que comenzó a practicar desde hace más de año y medio. Nunca pierde la concentración y por su rostro se puede adivinar la seriedad con la que ejecuta la danza; sin embargo, cuando llega el momento de subirse al palo volador, Axel se hace a un lado y deja a los mayores subirse e iniciar el vuelo. Ya tendrá su momento.

Mientras Axel baila, su madre, Erika González Núñez, lo sigue con la mirada. De pronto saca su celular y comienza a grabar el ritual para compartir con la familia el momento de su pequeño. Aunque en esta ocasión no “voló”, la joven madre reconoce que siempre que lo ve bailar se pone nerviosa de la emoción.

El gusto por la danza comenzó en Axel desde hace más de dos años, cuando veía a los “hombres pájaro” en el parque principal de Papantla. “A él solito le nació el gusto, se nos hizo raro porque de la familia nadie es volador, pero como siempre que íbamos al parque o a los festivales veía a los voladores, un buen día me pidió entrar (a las clases) y el maestro lo aceptó, a pesar de que era muy pequeño”, explicó.

González Núñez dio a conocer que el niño ya vuela en las clases y que actualmente sube al palo de 8 metros, que es el tamaño mediano en el que entrenan los menores con la supervisión de su maestro. “La primera vez que lo vi subirse al palo sentí terror, pero poco a poco se convirtió en emoción y comencé a mostrarle la fortaleza que requiere para subirse seguro”, dijo.

TRADICIÓN DE ORGULLO

Porfirio Morales Juárez, maestro de danza totonaca, dio a conocer que el gusto de los menores por el ritual de los Voladores de Papantla se mantiene en toda la región. Explicó que actualmente tiene a su cargo a un grupo de 18 niños de todas las edades y que además de la ceremonia también aprenden la lengua totonaca, vestuario, costura, tocar los instrumentos tradicionales, entre otros saberes de la región.

El maestro reconoce que los menores tienen que tener mucho valor, primero, para subirse al palo y luego para lanzarse al vacío; sin embargo, una vez que lo dominan se trata de una danza segura que además llena de orgullo a quienes la ejecutan. “Para ellos al principio es un juego, pero nuestra responsabilidad es decirles que es un ritual de sacrificio que nos dejaron nuestros abuelos, para que entiendan lo que implica llegar a la punta del palo”, dijo.

Detalló que para la preparación se cuenta con un palo de 2 a 3 metros de altura, en donde los niños pueden ser sostenidos por los profesores y se avientan “despacito”, para que pierdan el miedo. Conforme avanza el entrenamiento se incrementa la altura y los maestros se apoyan en palos y cuerdas para sostener a los niños hasta que están listos para volar por cuenta propia. “Cuando pierden el miedo se lanzan del palo de 10 metros y conforme avanza, cuando tienen sus 15 años, ya están listos para lanzarse desde los 18 a 20 metros”, explicó.

Reconoció que en los últimos años ha habido un incremento en el número de niñas y adolescentes que se acercan con el interés de aprender a volar, por lo que poco a poco se ha ido abriendo la tradición para ellas. Indicó que aunque ancestralmente es una tradición masculina, en muchas escuelas se les ha permitido entrenar y danzar de manera formal para evitar la discriminación. “El ritual es un sacrificio que hacen los indios totonacas, los hombres, para la madre tierra, que es la mujer. Se sube a danzar para bajar las semillas y el agua para las cosechas y aunque no está permitido que sean mujeres las que suban, en algunos lugares sí les permitimos a las mujeres aprender y subir”.

Papantla, Ver.- “Cuando vas volando sientes el aire en tu cara y los listones del traje sobre ti. Es muy emocionante y te llena de alegría”, asegura Saraí Morales García, de 12 años de edad, quien ha desafiado a un espacio considerado como masculino convirtiéndose en una Voladora de Papantla.

Con su madre entre el público y su padre dirigiendo la danza ancestral, Saraí se prepara para realizar su tercer vuelo oficial con la altura reglamentaria. Sin embargo, para llegar a este punto tuvo que practicar y trabajar durante tres años, tanto en el piso como en réplicas del palo volador que van desde los 3 hasta los 7 metros.

Con el cabello recogido y el traje no hay diferencia entre Saraí y sus compañeros. Sube al palo con el mismo aplomo y se lanza al vacío para “volar” durante poco más de dos minutos. Pero a diferencia de los otros pequeños —cuyas edades van de los 5 a los 14 años—, para la adolescente no fue fácil convencer a sus padres de iniciar con el entrenamiento, ya que se considera una danza masculina que los totonacas hacen para agradar a la madre tierra.

“Mi mamá no quería porque le daba muchos nervios, de hecho el primer día que me aventé estaba temblando. Y mi papá al principio no quería, pero le insistí porque yo lo veía a él y a mi hermano, que los dos son voladores, y me daban ganas de imitarlos”, compartió Saraí.

Ante la insistencia, sus padres cedieron a la petición de la menor y la dejaron aprender el ritual sagrado; ahora es una de las cinco niñas que entrenan en la colonia Lizardi, en donde su papá da clases no sólo de la danza, sino también de totonaco y bordado de los trajes típicos a niños y niñas. “Ahora mi papá ha estado metiendo niñas para volar. Conmigo somos cuatro ya las que vamos a entrenar y las que volamos. Aún somos poquitas, pero es que a muchas les da miedo la altura o no las dejan”.

AXEL, EL MÁS PEQUEÑO

Con apenas 5 años de edad, Axel Javier Hernández González es el volador más pequeño. Su corta estatura llama la atención en cuanto inicia el ritual que fue reconocido en 2009 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Con su traje impecable, ejecuta los pasos que conoce a la perfección ya que comenzó a practicar desde hace más de año y medio. Nunca pierde la concentración y por su rostro se puede adivinar la seriedad con la que ejecuta la danza; sin embargo, cuando llega el momento de subirse al palo volador, Axel se hace a un lado y deja a los mayores subirse e iniciar el vuelo. Ya tendrá su momento.

Mientras Axel baila, su madre, Erika González Núñez, lo sigue con la mirada. De pronto saca su celular y comienza a grabar el ritual para compartir con la familia el momento de su pequeño. Aunque en esta ocasión no “voló”, la joven madre reconoce que siempre que lo ve bailar se pone nerviosa de la emoción.

El gusto por la danza comenzó en Axel desde hace más de dos años, cuando veía a los “hombres pájaro” en el parque principal de Papantla. “A él solito le nació el gusto, se nos hizo raro porque de la familia nadie es volador, pero como siempre que íbamos al parque o a los festivales veía a los voladores, un buen día me pidió entrar (a las clases) y el maestro lo aceptó, a pesar de que era muy pequeño”, explicó.

González Núñez dio a conocer que el niño ya vuela en las clases y que actualmente sube al palo de 8 metros, que es el tamaño mediano en el que entrenan los menores con la supervisión de su maestro. “La primera vez que lo vi subirse al palo sentí terror, pero poco a poco se convirtió en emoción y comencé a mostrarle la fortaleza que requiere para subirse seguro”, dijo.

TRADICIÓN DE ORGULLO

Porfirio Morales Juárez, maestro de danza totonaca, dio a conocer que el gusto de los menores por el ritual de los Voladores de Papantla se mantiene en toda la región. Explicó que actualmente tiene a su cargo a un grupo de 18 niños de todas las edades y que además de la ceremonia también aprenden la lengua totonaca, vestuario, costura, tocar los instrumentos tradicionales, entre otros saberes de la región.

El maestro reconoce que los menores tienen que tener mucho valor, primero, para subirse al palo y luego para lanzarse al vacío; sin embargo, una vez que lo dominan se trata de una danza segura que además llena de orgullo a quienes la ejecutan. “Para ellos al principio es un juego, pero nuestra responsabilidad es decirles que es un ritual de sacrificio que nos dejaron nuestros abuelos, para que entiendan lo que implica llegar a la punta del palo”, dijo.

Detalló que para la preparación se cuenta con un palo de 2 a 3 metros de altura, en donde los niños pueden ser sostenidos por los profesores y se avientan “despacito”, para que pierdan el miedo. Conforme avanza el entrenamiento se incrementa la altura y los maestros se apoyan en palos y cuerdas para sostener a los niños hasta que están listos para volar por cuenta propia. “Cuando pierden el miedo se lanzan del palo de 10 metros y conforme avanza, cuando tienen sus 15 años, ya están listos para lanzarse desde los 18 a 20 metros”, explicó.

Reconoció que en los últimos años ha habido un incremento en el número de niñas y adolescentes que se acercan con el interés de aprender a volar, por lo que poco a poco se ha ido abriendo la tradición para ellas. Indicó que aunque ancestralmente es una tradición masculina, en muchas escuelas se les ha permitido entrenar y danzar de manera formal para evitar la discriminación. “El ritual es un sacrificio que hacen los indios totonacas, los hombres, para la madre tierra, que es la mujer. Se sube a danzar para bajar las semillas y el agua para las cosechas y aunque no está permitido que sean mujeres las que suban, en algunos lugares sí les permitimos a las mujeres aprender y subir”.

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