/ viernes 10 de mayo de 2024

Dignos de amor

Dentro de este sistema capitalista, cuya esencia es el uso, consumo y desecho, todo cuanto ocurre sigue la misma lógica.

Al ritmo vertiginoso de la modernidad, el sistema crea, insemina y perpetúa conductas sociales, que, disfrazadas de éxito asequible y deseable, esconde su verdadera esencia explotadora y decadente.

Así, las relaciones sociales forman parte también del sistema y se tasan según los dividendos que se pueda obtener de esa vinculación. Se vive una suerte de derrocamiento de la ternura, la compañía, la solidaridad y el amor en todo sentido y es sustituido por un valor de cambio y uso que se asigna dependiendo de cómo se luzca, cuánto poder adquisitivo se tenga o cuánto pueda placer pueda generar.

Las relaciones interpersonales dejan de ser íntimas para convertirse en superfluas y banales; no se busca la presencia de otros para convivir y conectar sino para ser parte de la utilería requerida para la construcción de nuestra imagen ya sea virtual o física, pero en ambos casos el otre termina siendo lo que llena el vacío en blanco, la saciedad instantánea de no sentirse solos o la ilusión de tachar una casilla más en una lista siempre cambiante.

El sistema capitalista, colonial y patriarcal, naturaliza el hambre por tener siempre más, por experimentar más, por acumular más; sin importar los saldos, aquello que va quedando en el camino. Se normaliza la aspiración de poseer más y mejor, del uso, goce y desecho. Se normaliza que las personas tengamos un precio, real o figurativo, e incluso se considera una emancipación personal convertirse en mercancía y estar al servicio del mejor postor, invisibilizando las causas reales que llevan a dicha decisión.

Pero si bajo esta realidad todo el tiempo somos usados, consumidos y desechados; cercenados, mimetizados y acallados, qué nos queda si no la pregunta ¿somos suficientes?, ¿tengo valor?, ¿soy digna de amor? Porque al final, caemos en cuenta que no somos un producto del mercado, sino seres sentipensantes llenos de dudas, miedos, errores, pero también anhelos, sueños e ilusiones.

En el fondo, aquello que nos mueve y por lo que nos arrojamos a la vorágine de estas relaciones infectadas de la lógica capitalista es poder pertenecer, es sentirnos en el otre; porque somos seres sociales, grupales, existimos en gran parte por la mirada de ese otre. Pero cuando esa mirada es la del capitalismo, nos desfiguramos y terminamos con un hueco aún más grande por llenar.

En la serie Cuerpos (Paul Tomalin. 2023) —una mezcla de misterio, thriller y ciencia ficción—, cuatro agentes de la policía de diferentes épocas se ven unidos por un cadáver que aparece siempre en las mismas circunstancias. La palabra clave que envuelve el misterio de la serie, es que quienes son “los malos” usan la la frase “Eres digno de amor”.

Y poco a poco se va develando la base que mueve el comportamiento de los involucrados: qué es lo que tienen en común, por qué fueron elegidos a través del tiempo, qué lucha enarbolan, en qué creen; y entonces vemos el vacío, la soledad, la incomprensión, el anhelo de ser vistos, la ilusión perdida de ser querido, de ser entendido.

El sistema actual nos arrincona también a ese escenario ficticio de la serie: realizar todo lo que esté a nuestro alcance para evadirnos de la realidad de que en el fondo sabemos que no somos un producto de consumo y desecho, somos mucho más, merecemos más, anhelamos más; porque sí, es cierto, somos dignos de amor.

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Dentro de este sistema capitalista, cuya esencia es el uso, consumo y desecho, todo cuanto ocurre sigue la misma lógica.

Al ritmo vertiginoso de la modernidad, el sistema crea, insemina y perpetúa conductas sociales, que, disfrazadas de éxito asequible y deseable, esconde su verdadera esencia explotadora y decadente.

Así, las relaciones sociales forman parte también del sistema y se tasan según los dividendos que se pueda obtener de esa vinculación. Se vive una suerte de derrocamiento de la ternura, la compañía, la solidaridad y el amor en todo sentido y es sustituido por un valor de cambio y uso que se asigna dependiendo de cómo se luzca, cuánto poder adquisitivo se tenga o cuánto pueda placer pueda generar.

Las relaciones interpersonales dejan de ser íntimas para convertirse en superfluas y banales; no se busca la presencia de otros para convivir y conectar sino para ser parte de la utilería requerida para la construcción de nuestra imagen ya sea virtual o física, pero en ambos casos el otre termina siendo lo que llena el vacío en blanco, la saciedad instantánea de no sentirse solos o la ilusión de tachar una casilla más en una lista siempre cambiante.

El sistema capitalista, colonial y patriarcal, naturaliza el hambre por tener siempre más, por experimentar más, por acumular más; sin importar los saldos, aquello que va quedando en el camino. Se normaliza la aspiración de poseer más y mejor, del uso, goce y desecho. Se normaliza que las personas tengamos un precio, real o figurativo, e incluso se considera una emancipación personal convertirse en mercancía y estar al servicio del mejor postor, invisibilizando las causas reales que llevan a dicha decisión.

Pero si bajo esta realidad todo el tiempo somos usados, consumidos y desechados; cercenados, mimetizados y acallados, qué nos queda si no la pregunta ¿somos suficientes?, ¿tengo valor?, ¿soy digna de amor? Porque al final, caemos en cuenta que no somos un producto del mercado, sino seres sentipensantes llenos de dudas, miedos, errores, pero también anhelos, sueños e ilusiones.

En el fondo, aquello que nos mueve y por lo que nos arrojamos a la vorágine de estas relaciones infectadas de la lógica capitalista es poder pertenecer, es sentirnos en el otre; porque somos seres sociales, grupales, existimos en gran parte por la mirada de ese otre. Pero cuando esa mirada es la del capitalismo, nos desfiguramos y terminamos con un hueco aún más grande por llenar.

En la serie Cuerpos (Paul Tomalin. 2023) —una mezcla de misterio, thriller y ciencia ficción—, cuatro agentes de la policía de diferentes épocas se ven unidos por un cadáver que aparece siempre en las mismas circunstancias. La palabra clave que envuelve el misterio de la serie, es que quienes son “los malos” usan la la frase “Eres digno de amor”.

Y poco a poco se va develando la base que mueve el comportamiento de los involucrados: qué es lo que tienen en común, por qué fueron elegidos a través del tiempo, qué lucha enarbolan, en qué creen; y entonces vemos el vacío, la soledad, la incomprensión, el anhelo de ser vistos, la ilusión perdida de ser querido, de ser entendido.

El sistema actual nos arrincona también a ese escenario ficticio de la serie: realizar todo lo que esté a nuestro alcance para evadirnos de la realidad de que en el fondo sabemos que no somos un producto de consumo y desecho, somos mucho más, merecemos más, anhelamos más; porque sí, es cierto, somos dignos de amor.

csanchez@diariodexalapa.com.mx