/ domingo 3 de noviembre de 2019

Fernando Núñez, de la 1a generación del ESIME, 103 años y activo

El integrante de la primera generación de ingenieros electrónicos de la ESIME es meticuloso y dedicado

Escudriñando en los álbumes de sus recuerdos que se remontan a 10 decenios y un trienio, don Fernando Núñez Bassó: ojos vivaces, sonrisa carismática y mente lúcida, quien vio la luz primera el 3 de agosto de 1916, en plena Ciudadela, pues su padre, el coronel de Artillería Luis G. Núñez, era el director de la Maestranza, ya traía en su bagaje ser inventor y desde su niñez inclinado a lo que hoy sería la ingeniería electrónica.

Con 103 veranos en su haber, le tocó vivir toda la efervescencia de los inventos del Siglo XX, uno de los más notables en la historia humana por sus avances tecnológicos que a don Fernando Núñez, lo cautivaron.

Creció con la invención y primeros vuelos de los aviones; con la fabricación en serie de los automóviles; con el invento del refrigerador doméstico; de las bombillas o focos, del bolígrafo, de las lavadoras, los tractores y la mecanización de la agricultura; pero a él, desde muy pequeño, lo atrajo la Radio.

Esto lo llevó a estudiar en la Vocacional Número 2 y luego en el Instituto Politécnico Nacional, en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME). Fue de la primera generación de la carrera que hoy sería Ingeniería Electrónica.

Durante la II Guerra Mundial, se unió a la Fuerza Aérea Mexicana donde apoyó en la clasificación de aparatos electrónicos, que venían de los Estados Unidos.

Su afición a la radio, lo llevó a montar su propio negocio de construcción de Radio Enlaces. Pero vino la disyuntiva: tuvo que dejar la Fuerza Aérea para dedicarse a lo que era su pasión en la mitad de la década de los 50 y que 69 años después sigue al frente, en un primer piso de la calle de Bucareli.

Su habilidad para reparar todo tipo de aparatos es admirable a sus 103 años. Con soltura, con mucha seguridad pone en marcha sus aparatos. Camina sin bastón y se enfila desde su hogar en las calles de Frontera hasta las de Bucareli diariamente. Y sube los 29 peldaños en el añoso edificio para llegar hasta su taller.

Y también vivió y creció en el México que despuntaba al modernismo, a la industrialización. Cursó el primer año de su instrucción primaria en la renombrada escuela “Florencio M. del Castillo”, en Gómez Farías y Serapio Rendón.

La familia se mudó a Azcapotzalco, “cuando todo aquello era el campo. Era muy bonito”.

Recuerda y comenta:

“La ciudad de México no era muy grande y residir en Azcapotzalco ya era vivir muy lejos”.

Deportista desde pequeño, formó parte de los primeros equipos de fútbol americano en el país, deporte muy de los estudiantes politécnicos, desde entonces. Se unió a la Asociación de Scouts de México como padre de familia para estar al tanto de sus hijos (de su primer matrimonio).

Al paso de los años, llegó a ser dirigente de los Scouts de la Ciudad de México.

Meticuloso y dedicado a su trabajo, recuerda y se le ilumina el rostro cuando relata:
“Por el audio que hice para el Museo del Caracol, en los umbrales del Castillo de Chapultepec, el presidente Adolfo López Mateos, quien lo inauguró, me felicitó”.

Entrecierra sus ojos y dice:

“Cada cuadro que hay en el Museo del Caracol, tiene sonido. Yo lo hice. No había en México las piezas y las construí aquí, en mi taller. En los museos solo había tarjetas informativas. Y en el Caracol, inauguré el sonido, la descripción con detalle de lo que se exhibía”.

Como radio-aficionado hizo amigos por todo el mundo. “Mi saludo era XEINB. XE por la frecuencia de México y NB por Noche Buena. Así me conocían en Argentina, en Europa, en los Estados Unidos”.

También recuerda “cuando fui soldado raso en 1944/45 en plena II Guerra Mundial, el Ejército de los Estados Unidos mandaba a México a reparar aparatos, radios de onda corta. En eso me ocupaba”.

Relata que también México enviaba alimentos a los vecinos del norte, en aquellos días difíciles.

En las Olimpíadas México 68, también participó en las telecomunicaciones. “Por vez primera se colocó una antena parabólica en Tulancingo, Hidalgo, para mandar la señal por microondas de los Juegos Olímpicos a todo el mundo”, recuerda.

Enfatiza: “Nunca fui empleado de nadie. Siempre trabajé en mis negocios. A los 96 años, empecé un nuevo giro: hago copias de grabaciones de formato súper 8 y de 35 milímetros”.

Padre de cinco hijos de su primer matrimonio, le sobreviven 3 y una hija de sus segundas nupcias a los 61 años. Don Fernando tiene 15 nietos, 3 bisnietos y dos tataranietos. Es aficionado al baile, el que practica en todas las fiestas familiares, que son muchas.

-¿A qué atribuye su longevidad?

-“Hay que ser feliz, a pesar de todo. Hay que trabajar y ser activo, ya que el que sé para se queda. A eso obedece que mi salud esté bien. Mi presión arterial de 120/80. Mi antígeno prostático es de un joven, me dice mi médico”, presume.

También refiere: “A los 90 años aprendí a tocar el piano. Y bailo mucho todavía”, reitera ese señor de 103 años, ¡encantador!

Escudriñando en los álbumes de sus recuerdos que se remontan a 10 decenios y un trienio, don Fernando Núñez Bassó: ojos vivaces, sonrisa carismática y mente lúcida, quien vio la luz primera el 3 de agosto de 1916, en plena Ciudadela, pues su padre, el coronel de Artillería Luis G. Núñez, era el director de la Maestranza, ya traía en su bagaje ser inventor y desde su niñez inclinado a lo que hoy sería la ingeniería electrónica.

Con 103 veranos en su haber, le tocó vivir toda la efervescencia de los inventos del Siglo XX, uno de los más notables en la historia humana por sus avances tecnológicos que a don Fernando Núñez, lo cautivaron.

Creció con la invención y primeros vuelos de los aviones; con la fabricación en serie de los automóviles; con el invento del refrigerador doméstico; de las bombillas o focos, del bolígrafo, de las lavadoras, los tractores y la mecanización de la agricultura; pero a él, desde muy pequeño, lo atrajo la Radio.

Esto lo llevó a estudiar en la Vocacional Número 2 y luego en el Instituto Politécnico Nacional, en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME). Fue de la primera generación de la carrera que hoy sería Ingeniería Electrónica.

Durante la II Guerra Mundial, se unió a la Fuerza Aérea Mexicana donde apoyó en la clasificación de aparatos electrónicos, que venían de los Estados Unidos.

Su afición a la radio, lo llevó a montar su propio negocio de construcción de Radio Enlaces. Pero vino la disyuntiva: tuvo que dejar la Fuerza Aérea para dedicarse a lo que era su pasión en la mitad de la década de los 50 y que 69 años después sigue al frente, en un primer piso de la calle de Bucareli.

Su habilidad para reparar todo tipo de aparatos es admirable a sus 103 años. Con soltura, con mucha seguridad pone en marcha sus aparatos. Camina sin bastón y se enfila desde su hogar en las calles de Frontera hasta las de Bucareli diariamente. Y sube los 29 peldaños en el añoso edificio para llegar hasta su taller.

Y también vivió y creció en el México que despuntaba al modernismo, a la industrialización. Cursó el primer año de su instrucción primaria en la renombrada escuela “Florencio M. del Castillo”, en Gómez Farías y Serapio Rendón.

La familia se mudó a Azcapotzalco, “cuando todo aquello era el campo. Era muy bonito”.

Recuerda y comenta:

“La ciudad de México no era muy grande y residir en Azcapotzalco ya era vivir muy lejos”.

Deportista desde pequeño, formó parte de los primeros equipos de fútbol americano en el país, deporte muy de los estudiantes politécnicos, desde entonces. Se unió a la Asociación de Scouts de México como padre de familia para estar al tanto de sus hijos (de su primer matrimonio).

Al paso de los años, llegó a ser dirigente de los Scouts de la Ciudad de México.

Meticuloso y dedicado a su trabajo, recuerda y se le ilumina el rostro cuando relata:
“Por el audio que hice para el Museo del Caracol, en los umbrales del Castillo de Chapultepec, el presidente Adolfo López Mateos, quien lo inauguró, me felicitó”.

Entrecierra sus ojos y dice:

“Cada cuadro que hay en el Museo del Caracol, tiene sonido. Yo lo hice. No había en México las piezas y las construí aquí, en mi taller. En los museos solo había tarjetas informativas. Y en el Caracol, inauguré el sonido, la descripción con detalle de lo que se exhibía”.

Como radio-aficionado hizo amigos por todo el mundo. “Mi saludo era XEINB. XE por la frecuencia de México y NB por Noche Buena. Así me conocían en Argentina, en Europa, en los Estados Unidos”.

También recuerda “cuando fui soldado raso en 1944/45 en plena II Guerra Mundial, el Ejército de los Estados Unidos mandaba a México a reparar aparatos, radios de onda corta. En eso me ocupaba”.

Relata que también México enviaba alimentos a los vecinos del norte, en aquellos días difíciles.

En las Olimpíadas México 68, también participó en las telecomunicaciones. “Por vez primera se colocó una antena parabólica en Tulancingo, Hidalgo, para mandar la señal por microondas de los Juegos Olímpicos a todo el mundo”, recuerda.

Enfatiza: “Nunca fui empleado de nadie. Siempre trabajé en mis negocios. A los 96 años, empecé un nuevo giro: hago copias de grabaciones de formato súper 8 y de 35 milímetros”.

Padre de cinco hijos de su primer matrimonio, le sobreviven 3 y una hija de sus segundas nupcias a los 61 años. Don Fernando tiene 15 nietos, 3 bisnietos y dos tataranietos. Es aficionado al baile, el que practica en todas las fiestas familiares, que son muchas.

-¿A qué atribuye su longevidad?

-“Hay que ser feliz, a pesar de todo. Hay que trabajar y ser activo, ya que el que sé para se queda. A eso obedece que mi salud esté bien. Mi presión arterial de 120/80. Mi antígeno prostático es de un joven, me dice mi médico”, presume.

También refiere: “A los 90 años aprendí a tocar el piano. Y bailo mucho todavía”, reitera ese señor de 103 años, ¡encantador!

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