/ lunes 29 de mayo de 2017

DESDE HUATUSCO

Carta a los candidatos huatusqueños

Huatusco es una comunidad de mujeres y  hombres dedicados a ejercer con alto espíritu de honradez y lealtad, el trabajo fecundo que a su responsabilidad compete. Es rico en  historia  por  los vestigios de un  Señorío que desde antes que llegaran los conquistadores españoles, brillaba por su cultura, su modo de producción comunitario y su comercio basado en la igualdad que se definía en el trueque. Una costumbre que admiraron los extranjeros por su equidad y  fortaleza en todas las áreas dominada por la raza cuauhtochca. 

El gran Teopixque era dueño de  un poder superior a cualquier fuerza humana y  nadie se atrevía a contradecir sus decisiones porque estaban fundamentadas en su sabiduría y experiencia,  siempre orientada a proporcionar la paz y la tranquilidad de las familias.  Era el tipo de líder que elegía la asamblea de ancianos, y que veían en el a un personaje honesto, respetuoso de las leyes de la naturaleza. Nunca se le denunció por abusar del poder, debido a su forma humanitaria de ejercer el mandato en igualdad de circunstancias.

El tejido social se desmembró por las nuevas disposiciones de los conquistadores, don Gonzalo de Sandoval inició el reparto de la tierra en la modalidad de encomienda. Es decir, montes, ríos y barrancas con los indios que en ella habitaban. Fue un salto brutal al esclavismo,  donde la explotación de materia prima y mano de obra se fundían para producir  riqueza que se quedaba en  el baúl del propietario extranjero. Dando a los productores directos,  apenas lo indispensable para subsistir y reproducirse para continuar con la cadena de explotación.   

Los daños fueron irreversibles, se trastocaron los cimientos de un proceso que se venía desarrollando con justa aprobación de la naturaleza y los elementos que la integran. La tragedia continuó con su esencia demoledora.  Junto con los europeos llegaron las epidemias, una tras otra, la más fatal fue el cólera que no era conocido en el continente. Solo bastó que uno de ellos contagiara a los naturales, para que se extendiera por todo el territorio. Cientos de miles sucumbieron ante la terrible enfermedad.

Los panteones de la zona no se daban abasto para  exhumar  tantos cadáveres  a los que tenían que enterrar en una sola fosa. Amontonados y sin que se realizaran  los respectivos  actos fúnebres como son el velorio y la misa de cuerpo presente. Todo apestaba y lo recomendable era deshacerse de los muertos que se propagaron de tal forma que diezmaron la población. Lo más increíble de esta mortandad es que solo los naturales recibieron con mayor desventaja los síntomas y para  los extranjeros fueron mínimas las bajas.

El año de 1576 fue de dramáticas consecuencias para la raza que habitaba la región centroamericana del continente. La peste devoró  la población, los síntomas que presentaban era, dolor de cabeza, abundante flujo de sangre por la nariz,  ardores y calenturas en todo el cuerpo y manchas purpureas, sanguinolentas. Los enfermos no duraban mucho tiempo, a los ochos días de caer en cama perecían sin que existiera un remedio conocido para curar sus males.  Y así se presentó periódicamente esta epidemia, durante 1736, 1737, 1761 y 1762.     

En fechas recientes un huevazo nos evidenció y puso en duda  la cordialidad y buenos modales de los huatusqueños. Es bien cierto que  los hechos se registraron en el Parque Zaragoza cuando  un partido político realizaba un acto con sus candidatos a la Alcaldía y que  personas plenamente identificadas, que no residen en Huatusco, fueron las que cometieron este atropello. Que quede claro, no tenemos nada que reclamar  y si lo tuviéramos lo haríamos de una forma civilizada, tomando en cuenta que nos interesa conservar los buenos principios heredados por nuestros ancestros y que se basan en el respeto a las ideas y credos religiosos.    

Carta a los candidatos huatusqueños

Huatusco es una comunidad de mujeres y  hombres dedicados a ejercer con alto espíritu de honradez y lealtad, el trabajo fecundo que a su responsabilidad compete. Es rico en  historia  por  los vestigios de un  Señorío que desde antes que llegaran los conquistadores españoles, brillaba por su cultura, su modo de producción comunitario y su comercio basado en la igualdad que se definía en el trueque. Una costumbre que admiraron los extranjeros por su equidad y  fortaleza en todas las áreas dominada por la raza cuauhtochca. 

El gran Teopixque era dueño de  un poder superior a cualquier fuerza humana y  nadie se atrevía a contradecir sus decisiones porque estaban fundamentadas en su sabiduría y experiencia,  siempre orientada a proporcionar la paz y la tranquilidad de las familias.  Era el tipo de líder que elegía la asamblea de ancianos, y que veían en el a un personaje honesto, respetuoso de las leyes de la naturaleza. Nunca se le denunció por abusar del poder, debido a su forma humanitaria de ejercer el mandato en igualdad de circunstancias.

El tejido social se desmembró por las nuevas disposiciones de los conquistadores, don Gonzalo de Sandoval inició el reparto de la tierra en la modalidad de encomienda. Es decir, montes, ríos y barrancas con los indios que en ella habitaban. Fue un salto brutal al esclavismo,  donde la explotación de materia prima y mano de obra se fundían para producir  riqueza que se quedaba en  el baúl del propietario extranjero. Dando a los productores directos,  apenas lo indispensable para subsistir y reproducirse para continuar con la cadena de explotación.   

Los daños fueron irreversibles, se trastocaron los cimientos de un proceso que se venía desarrollando con justa aprobación de la naturaleza y los elementos que la integran. La tragedia continuó con su esencia demoledora.  Junto con los europeos llegaron las epidemias, una tras otra, la más fatal fue el cólera que no era conocido en el continente. Solo bastó que uno de ellos contagiara a los naturales, para que se extendiera por todo el territorio. Cientos de miles sucumbieron ante la terrible enfermedad.

Los panteones de la zona no se daban abasto para  exhumar  tantos cadáveres  a los que tenían que enterrar en una sola fosa. Amontonados y sin que se realizaran  los respectivos  actos fúnebres como son el velorio y la misa de cuerpo presente. Todo apestaba y lo recomendable era deshacerse de los muertos que se propagaron de tal forma que diezmaron la población. Lo más increíble de esta mortandad es que solo los naturales recibieron con mayor desventaja los síntomas y para  los extranjeros fueron mínimas las bajas.

El año de 1576 fue de dramáticas consecuencias para la raza que habitaba la región centroamericana del continente. La peste devoró  la población, los síntomas que presentaban era, dolor de cabeza, abundante flujo de sangre por la nariz,  ardores y calenturas en todo el cuerpo y manchas purpureas, sanguinolentas. Los enfermos no duraban mucho tiempo, a los ochos días de caer en cama perecían sin que existiera un remedio conocido para curar sus males.  Y así se presentó periódicamente esta epidemia, durante 1736, 1737, 1761 y 1762.     

En fechas recientes un huevazo nos evidenció y puso en duda  la cordialidad y buenos modales de los huatusqueños. Es bien cierto que  los hechos se registraron en el Parque Zaragoza cuando  un partido político realizaba un acto con sus candidatos a la Alcaldía y que  personas plenamente identificadas, que no residen en Huatusco, fueron las que cometieron este atropello. Que quede claro, no tenemos nada que reclamar  y si lo tuviéramos lo haríamos de una forma civilizada, tomando en cuenta que nos interesa conservar los buenos principios heredados por nuestros ancestros y que se basan en el respeto a las ideas y credos religiosos.    

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